
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Lo que objeta Schmidt de la expresión ‘padre del escepticismo’ es que sugiere que la responsabilidad de ser escépticos no es nuestra, sino de otro. En este caso de Alfonsín, a quien se le achacaría el peso de nuestro descreimiento.
Yo sospecho que buena parte de la decepción que Alfonsín nos produjo aquella Semana Santa infame se debe, precisamente, a la tentación tan común entre argentinos de confundir liderazgo con paternidad. Racionalmente entendemos que un Presidente es el primero entre los servidores públicos, que cada uno de sus actos está sujeto a escrutinio y será juzgado no por sus intenciones sino por sus resultados. Pero por dentro, de la manera más irracional, seguimos esperando que se comporte como un Padre mítico: inspirándonos, marcando el camino, otorgándonos las oportunidades en bandeja, poniéndonos límites y premiándonos con caramelos cuando hacemos algo bien. Pensamiento mágico, por cierto, pero muy útil en la medida en que ayuda a prolongar eternamente nuestra infancia: mientras haya un Padre al que culpar por nuestros desvelos, ¿quién necesita convertirse en padre de sí mismo, asumiendo las riendas de su destino?
En lo que coincido con Schmidt es que la línea final del texto de Marchetti dista de ser feliz, aunque más no sea porque se presta a equívocos. Yo no creo que exista motivo alguno y mucho menos muerte alguna que pueda acabar con nuestra esperanza. Y conste que escribo desde un país nublado con pronóstico de vendavales cría tsunamis que de seguir en este curso (ayudado, por cierto, por la sumatoria de errores del elenco oficial) va a terminar llevando al poder a la derecha más turra y más miserable por la vía de las urnas, mientras cunde –Schmidt dixit- ‘el miedo al pobre, al negro, a los condenados a las harinas y a la exclusión’.
Schmidt sugiere que decir que ya no hay esperanza significa que no queda nada que hacer, más que abandonarse a lo que venga (‘A drogarse. O a robar’), lo cual entrañaría una complicidad con el estado de cosas, un pase libre ‘para traicionar mejor’. Claro que también la muerte de la esperanza a manos de Alfonsín podría equivaler al célebre apotegma según el cual, si Dios no existe, todo nos resulta posible –empezando por la transformación más profunda.
Ojalá haya más intercambios como los de Marchetti-Schmidt. Ayudan a pensar.