
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Cuando digo sin beber quiero decir sin beber trago largo. Destilado. El vino no cuenta. No me imagino la vida sin vino. Tampoco sin whisky, pero llevo diez días sin tomar una copa. No creo que resista mucho más. No estoy en esa competición. No bebo porque soy cobarde y sugestionable. También porque llevo días griposo y acatarrado, aunque eso otras veces era la perfecta excusa para mezclar un poco de coñac con la leche caliente y la miel. Pero nada, ni eso. ¿Por qué?
Por culpa de William Styron, de su memoria de la locura, de su narración melancólica de la depresión. Un relato breve, eficaz, directo y cercano como un buen trago del mejor escocés. Además el lúcido, excelente, traductor y firmante de un eficaz epílogo, me recordó la lectura que una vez hice de "Esta casa en llamas". Dice Horacio Vázquez Rial- en su "condición de alcohólico con treinta años de abstinencia a las espaldas y mucho leído al respecto"- que es la mejor novela que conoce sobre el alcoholismo. Me sobrecogió hace treinta años pero no me hizo desear dejar de beber. Ahora me da miedo leerla porque todavía no quiero ser un alcohólico en abstinencia. Todavía quiero volver a mi enfermedad.
Para rematar mis dudas, mis temores, mi lucha y mi derrota, se me ocurrió ver en el teatro "Días de vino y rosas", con Carmelo Gómez y Silvia Abascal. Son tan eficaces, tan verdaderos, la obra está tan viva, visita unos infiernos tan cercanos que, después de una semana, sigo con mi abstinencia de whisky y otros placeres alcohólicos. Menos mal que todavía bebo vino. Adiós, me espera un Somontano. Y mañana Jerez de la Frontera.