
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Yo soy de los que ven signos por todas partes. No porque crea de manera exagerada en la existencia de prodigios: sería una redundancia, en un universo que es esencialmente prodigioso. Más bien creo que ese mismo universo, como cualquier autor que se precie, no resiste la tentación de llamar la atención sobre sus propios procesos narrativos.
Ayer, al comprar El País, me fui de cabeza al artículo de tapa del dominical: Cien músicos hispanoamericanos eligen las canciones que cambiaron sus vidas. Buscaba, como buscamos todos, que la lista resultante reflejase las mismas canciones que iluminaron mi historia. No estaba tan lejos: abundancia de Beatles, Dylan, ¡una canción de The Smiths en el puesto séptimo!, Bowie, Thunder Road de Springsteen… Pero la verdadera sorpresa me la deparó la canción que figuraba en el primer puesto, exaltada además por las palabras de Concha Buika y la foto a dos páginas de un jovencísimo Jacques Brel tumbado sobre la hierba de un jardín: Ne me quitte pas, que según traducciones es No me dejes o No me abandones.
Ne me quitte pas es el corazón de mi novela nueva, Aquarium, de la que he hablado un poco en estos días. Tanto es así que la historia se abre con sus versos (Yo te inventaré / palabras insensatas / que comprenderás) y se estructura en tres partes tomadas de otra sección de la letra: (Déjame convertirme en) La sombra de tu sombra / La sombra de tu mano / La sombra de tu perro.
Me encantó descubrir que esa canción tan vieja sigue conmoviendo todavía hoy. Supongo que en buena medida se debe a que, más allá de su arte, todos hemos vivido algún romance que nos ha arrasado, reduciéndonos a la sombra de tu sombra… Ojalá la predilección que ese Top One transparenta signifique que todavía hay un público sensible a las historias de amor desgarradas y líricas –como Aquarium pretende ser, como Ne me quitte pas lo es de la manera más excelsa.
Dicho sea de paso, ¿cuáles son las canciones que transformaron sus vidas, y por qué?