
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Toda muerte a destiempo es un shock. Y más aún cuando ocurre por causas absurdas, como el accidente de esquí que mató a Natasha Richardson en plena lección para principiantes. En situaciones semejantes uno se entristece por la persona que se fue, pero mucho más por las que quedan, girando en falso mientras tratan de comprender qué fue lo que ocurrió –y a qué han quedado reducidas sus propias vidas, de aquí en más.
Pienso en su madre, la enorme Vanessa Redgrave, una actriz sin par que ha sufrido no pocos contratiempos a lo largo de su vida, muchos de ellos derivados de su compromiso político. Pienso en Liam Neeson, su esposo, recordando de manera inevitable el papel de viudo-con-hijo-pequeño que interpretó en la comedia Love, Actually. Nunca volveré a ver esas escenas sin imaginarme el dolor que Neeson debe haber sentido cuando la ficción quedó atrás.
Y pienso en los hijos pequeños de la vida real, Micheal de 13 y Daniel de 12, que deben haberse despedido de su madre con un ‘hasta luego’. Todos aquellos que perdieron gente amada a la que no pudieron decirle ‘adiós’ a tiempo saben cuán insidioso, y cuán duradero puede ser el dolor de la no-despedida. Ojalá el tiempo les depare consuelo y un cierre verdadero.