
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Hace algunos meses Julia Saltzmann, a quien conocí en las oficinas de Santillana en su carácter de Jefa Editorial de Alfaguara y Taurus Argentina, hizo un viaje a Colombia. Y lo que vio allí en materia de bibliotecas populares la entusiasmó tanto, que cuando regresó irradiaba luz. Su fervor me resultó tan contagioso que le pedí permiso para hablar del asunto en este lugar. Se lo tomó tan en serio que plasmó lo esencial de su experiencia por escrito.
‘Es cierto. Colombia es pobre, Colombia es injusta, Colombia es violenta’, escribió Julia, anticipándose a los objetores que nunca faltan. ‘Pero allí, donde menos parece valer la vida, a la pobreza, a la injusticia y a la violencia se las enfrenta con cultura. Esa es la apuesta de las alcaldías de Bogotá y de Medellín, de un sistema de fondos aportados por empresarios y de muchísimas personas que se dedican a la promoción de la lectura, a programas de ediciones populares de distribución gratuita, a construir y mantener bibliotecas y centros culturales. Sin paternalismo, sin condescendencia, sin demagogia. Con convicción, con delicadeza, con respeto y sentido de la belleza. Sabiendo que cultura no es espectáculo y figuración sino nutrición, crecimiento, alegría y poder’.
‘Si puede, vaya y vea’, propone Julia. ‘Vea, por ejemplo, cómo en Bogotá una vez por mes aparecen en las estaciones de bus, en las escuelas, en los hospitales, en las oficinas donde se pagan impuestos, hermosos libros que no se compran ni se venden, sino que se toman y se devuelven para que pasen de mano en mano’.
‘Vea cómo en las montañas de Medellín, en cada uno de los puntos cardinales, en medio de las casas precarias que arrasa la lluvia y cuyos techos de chapa calienta por demás el sol, en medio del barro y la confusión, se levantan las bibliotecas públicas más modernas, equipadas, eficientes y hermosas. Diseñadas y construidas por los mejores arquitectos de Colombia y de otras partes del mundo, no son humildes instituciones para pobres, sino edificios orgullosos de estar donde son más necesarios, donde son utilizados, valorados y cuidados. Salas de lectura, de informática, de exposiciones, de cine, ludotecas, auditorios para actos y espectáculos, y también zonas sin utilidad ninguna más que el gozo gratuito del espacio y la luz: fuentes, jardines, espejos de agua, patios y galerías. Espacios para estar, para esperar, para conversar y contemplar, para la reunión y la introspección. Allí va gente de todas las edades a estudiar, a leer el diario, a buscar libros, a navegar por Internet, a reunirse, a jugar. Yo la vi, usando lo que se merecen, aprovechándolo y respetándolo. Vi todo esto, sí, con el corazón conmovido al vislumbrar que tal vez, finalmente, sí era posible un mundo mejor’.
En la Argentina también hay pobreza, injusticia y violencia. Pero no hay bibliotecas populares como las que menciona Julia. ¿Alguien se anima a apostar qué país saldrá primero y mejor del pozo en que lo sumieron?