
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
En este mundo que nos toca vivir, la aventura tradicional ha sido contaminada por la realidad. ¿Cuál sería la diferencia entre el buscador de tesoros y el capitalista de profesión? Ninguna, más allá del hecho de que buscar tesoros suena más divertido que embaucar a ricachones -tal como lo hizo el pirata moderno Bernie Madoff: cuestión de matices y no de esencias. Durante siglos la aventura encontró excusas en la política, pero eso ya no es fácil en estos tiempos de nula ingenuidad. Si Dumas fils escribiese hoy, ¿aceptaría tan fácilmente que sus aventureros defendiesen la monarquía británica, por mencionar tan sólo una entre las que hoy sobreviven? Lo más probable es que no, porque Los tres mosqueteros y sus continuaciones fueron concebidas en un tiempo de fe en las instituciones y el nuestro es un tiempo que desconfía de todas ellas -incluso de la democracia, institución que financió Guantánamo y ordenó el bombardeo sobre Gaza.
Por eso los narradores de la aventura de hoy eligen el pasado (piensen en Indiana Jones), el futuro distante (piensen en Star Wars) o los mundos paralelos (lo que va de El señor de los anillos a Matrix). El pasado es un tiempo donde uno puede permitirse la ingenuidad de abrazar una causa con el corazón puro; por eso mismo el IRA fundacional con que el Corto colabora en Las célticas es una banda de románticos, mientras que el IRA de fines de siglo tiende a ser visto como una banda de fanáticos -a la manera de los filmes The Crying Game, In the Name of the Father y The Devil’s Own. El futuro distante es un pasado disfrazado, como lo demuestran las espadas de luz de Star Wars. Y lo mismo puede ser dicho de los mundos paralelos: ¿o acaso no combate Neo mediante una combinación de las más antiguas artes marciales? Al elegir el desplazamiento a mundos donde todo puede darse el lujo de ser blanco o negro, los creadores contemporáneos están sugiriendo que la aventura no es practicable en el mundo de hoy. Entienden que el deseo del aventurero de cambiar el mundo, o cuanto menos su mundo, es utópico en esta era de capitalismo salvaje triunfante. Y por eso se mudan a tiempos, o inventan nuevos, en los que al menos pueden permitirse el beneficio de la duda.
Lo cual suele redundar, ay, en aventuras conservadoras, o cuanto menos gatopardistas: lo cambian todo para que nada cambie.
(Continuará.)