Lluís Bassets
Los checos no tienen sentido del humor, según el semanario progresista Respekt. Al parecer, no hay programas de humor en sus cadenas de televisión y sólo algún destello queda en Internet. Es difícil conocer de primera mano lo que piensan los checos. Yo puedo hacerme una idea mínima de lo que sucede en éste y en otros pequeños países europeos de lengua para mí desconocida a través de Eurotopics, una iniciativa alemana realmente encomiable, que permite acceder diariamente a excelentes resúmenes de prensa de toda Europa en varios idiomas, español incluido. Gracias a Eurotopics me entero así de que los checos desmienten la imagen que me había hecho de ellos, como gentes de gran sentido del humor y de extraordinaria autoironía. Su literatura así lo demostraba y basta con citar dos nombres, uno de un checo que escribió en alemán como Franz Kafka, y el otro del autor de un clásico del humor antibelicista del siglo XX como es Jaroslav Hasek, el creador del soldado Svejk. (Para quien no lo haya leído, recomiendo la edición ilustrada con los dibujos de la primera edición, que acaba de aparecer en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. La traducción directa del checo al castellano, excelente, es de la escritora checa y catalana Monika Zgustova.)
Yo no sé si es falta de humor o directamente malhumor el que sienten los checos, justo cuando se preparan para tomar el relevo de la presidencia semestral de la UE de la mano de Sarkozy, el brioso superpresidente que se está quedando con ganas de seguir seis meses más como mínimo. Unos hacen Europa, como es el caso de Eurotopics, y otros la deshacen, como Vaclav Klaus, el presidente de la República Checa que no quiere ver ondear la bandera europea en lo alto del Castillo de Praga. No tiene sentido del humor, compara la Unión Europea con la Unión Soviética y milita en un antiecologismo patológico que sólo apoya José María Aznar, presentador de su libro en Madrid, que ha editado la fundación Faes. Lo mejor que podría hacer Klaus es dejar pasar el turno y negarse a presidir la UE, algo que el gran Sarko agradecería porque ya se ha ofrecido él mismo para sustituirle.
La actitud dimisionaria y euroescéptica del presidente Klaus ha coincidido además con el peor momento del Gobierno que preside Mirek Topolanek, derrotado en dos ocasiones en el Parlamento y empujado por la oposición a la dimisión. La presidencia europea, en casos así, suele convertirse en una tabla de salvación y en el único consuelo para los gobiernos en precario. Paralizados en su país, se dedican al activismo fuera de sus fronteras, para salvar así su reputación. Ésta es quizás la única esperanza que suscita la presidencia checa.