Lluís Bassets
Sólo le quedan los reflejos, el perro y el humor. Sabíamos que era un buen deportista, siempre en buena forma y acostumbrado al juego y a la competición. Lo ha demostrado en su despedida de Bagdad, donde ha exhibido su capacidad para esquivar proyectiles y luego su buen carácter al aceptar la humillación sin más problema. Es una de las ventajas que da la buena crianza y la fortuna asegurada de por vida. Le permite enfrentar el momento más difícil de su carrera política y quizás de su biografía, esas semanas finales amargas y en tantos aspectos humillantes, como si no fueran con él, al igual que haría un espectador exterior y divertido de su propia vida.
El capítulo canino ha suscitado muchos chistes. Cuando empezó el declive y le abandonaban los consejeros y asesores a puñados se rió de sí mismo evocando el momento en que sólo le quedaría a Barney en la Casa Blanca. Barney es su primer perro presidencial, un fox terrier negro. Entre sus hazañas más celebradas se cuenta el mordisco con que regaló hace bien poco a un periodista, esos seres tan hostiles a su dueño. Es muy improbable que el príncipe de los perros americanos haya recibido un zapatazo con ocasión de una travesura o de un mordisco, como suele ocurrirles a los perros plebeyos. O a su propio dueño, George, este pasado fin de semana, así premiado por su mal comportamiento con los árabes.
Barney tiene un especial protagonismo estos días, en los mensajes navideños del presidente saliente, que ha encargado incluso el rodaje de un corto con toda la familia y los perros para felicitar las fiestas a los norteamericanos. Miss Beazley, una perra de la misma raza, es la otra protagonista que suscita la atención de la familia Bush en sus últimos días en la Casa Blanca. Algunos de los comentaristas que siguen al presidente han subrayado el contraste entre el uso de las nuevas tecnologías por parte de Bush, con los perritos como estrellas, y el que está haciendo Obama, con sus experimentos de participación política: pinchar aquí y aquí para ver dos ejemplos de esto último.
El desvanecimiento político de Bush es muy peculiar, porque se difumina sin abandonar el primer plano de la actualidad. Está en la fase de la presidencia borrosa, como aquel personaje de Woody Allen. Probablemente lo que está pasando es que a medida que el poder le abandona va quedando también desnuda su personalidad trivial e intrascendente. El auténtico Bush es éste, el que sabe evitar los zapatazos en Bagdad y sigue imperturbable su rueda de prensa o hace chistes y felicitaciones navideñas con su perro. Impasible ante el rosario de derrotas que ha sufrido. Encajando todavía un puñado de reveses más en los últimos días en funciones: esos informes desfavorables que siguen denunciando nuevas mentiras y manipulaciones, ya sea acerca de la autorización de la tortura ya sea respecto a la situación real en Irak.
Quizás hay que compadecer a ese Dubya estoico y solitario. Nadie le hace caso. Ni siquiera sus partidarios. Sus discursos caen en el vacío o producen los efectos contrarios: cuando quiere reanimar la bolsa la hunde todavía más; cuando quiere que el Congreso apruebe un plan de rescate para la crisis del automóvil de Detroit son sus propios congresistas republicanos los que votan en contra. Nada que no le haya ocurrido antes: toda su presidencia ha sido así. Y por eso se abraza, como borracho a la farola, a quienes debieran estarle agradecido para mendigar un poco de afecto y de reconocimiento en estos últimos días.
Pero su capacidad para producir imágenes y anécdotas es muy seria. Esos abrazos y esas efusiones sentimentales con que se prodiga en su despedida, sea en Irak o sea en Afganistán, tienen una gran capacidad de impacto en los medios de comunicación, aunque actúen en el vacío de su presidencia ahora inane, sobre todo porque afortunadamente ha dejado de producir efectos devastadores. Contando además con Obama, que está ya en marcha, en todos los terrenos, escándalo incluido.
Si acaso, la fábrica de imágenes y mensajes mentirosos se le ha vuelto ahora en contra al presidente saliente. Y el zapatazo es la mejor prueba: Bush ha fabricado por pasiva el símbolo final para clausurar sus ocho años nefastos. El zapato árabe es la señal de su derrota en Irak y en el mundo, y la marca que obligará más que nunca a Barack Obama a pasar página e inaugurar un tiempo nuevo. Como si fuera una espina clavada, la primera tarea del nuevo presidente será sacarse de encima el zapatazo con que ha sido despedido su predecesor.