Edmundo Paz Soldán
El día que llegué a Buenos Aires el pasado jueves, Julia Saltzman, responsable editorial de Alfaguara-Argentina e incansable a la hora de jugársela por voces nuevas de la narrativa argentina y latinoamericana, me llevó a almorzar al restaurante El Querandí, en la calle Perú. Caminamos por la histórica "Manzana de las Luces", y pasamos por el colegio Nacional, conocido por haber formado generaciones de bachilleres progresistas que luego seguirían su camino en la Universidad de Buenos Aires. En los años setenta, muchos de esos bachilleres fueron la primera línea de resistencia a la dictadura de Videla.
Al llegar al Querandí, Julia me mostró los altos del edificio situado en una esquina: ahí había vivido con humildad Rubén Dario, cuando dejó de ser cónsul a la muerte del presidente colombiano Rafael Nuñez en 1894.
Ya en el Querandí, después de pedir un ceviche de lenguado y bife de chorizo (una rara combinación, ya lo sé), Julia me contó que el Querandí era el café favorito de Gombrowicz. Fue allí cuando, la tarde del 26 de abril de 1947, Gombrowicz, que se hallaba junto al escritor cubano Virgilio Piñera y Humberto Rodríguez Tomeu, dijo, a eso de las seis de la tarde: "Vamos, Piñera, llegó el momento… Empieza la batalla del ferdydurkismo en Sudamérica". Los tres, entonces, salieron del Querandí y se fueron a la editorial Argos, situada a la vuelta, y retiraron los ejemplares recién impresos de Ferdydurke.
Viví tres años en Buenos Aires, a mediados de los ochenta, pero no sabía nada de la historia del Querandí. Por suerte para mí y mis futuros retornos, Buenos Aires es una ciudad inagotable.