Basilio Baltasar
Aunque el viaje tuvo como propósito negociar el préstamo de las esculturas y empaquetarlas hacia España, durante la visita encontre más piezas de las descritas en la correspondencia que había intercambiado con el joven, callado y larguirucho director del museo de Bamako. Y en muchas de estas esculturas estaban tallados motivos y ornamentos que no recordaba haber visto en los archivos del Musée de l’Homme. En Paris se guardaban gran parte de los tres mil objetos coleccionados durante la expedición Dakar-Djibouti de 1931 y las notas que Marcel Griaule y Michel Leiris tomaron a lo largo de los tres años que duró su travesía africana. Había leído los libros de Griaule (Le Renard pâle, Dieu de l’eau), y L’Afrique fantome de Leiris, pero ahora tenía en las manos unas inesperadas versiones artísticas del mito dogón.
Recorrí los mercados de Bamako, imitando el humor y la indolencia de sus principescos comerciantes, y salí de la capital para dirigirme a la Falaise de Bandiagara, la gran cornisa de roca que atraviesa de norte a sur, próximas al bucle del río Níger, las tierras del País Dogón.
Al llegar a la aldea de Nombori me instalé en la pequeña cabaña de adobe que mis anfitriones me ofrecieron y subí los empinados senderos que recorriendo estrechas callejuelas, entre graneros y cercados, conducen al abrigo de la gran gruta. La majestuosa pared es una muralla y una atalaya para los poblados que a lo largo de más de 200 kilómetros se agrupan a salvo de la intemperancia del desierto. Afluentes y riachuelos se despeñan como delgadas columnas de agua cristalina irrigando escuálidos y nutritivos huertos familiares. El hogón se había vestido con una blusa de cuero tintado de color rojo y me esperaba sentado en una roca junto a su mujer.
El hogón es el chamán de una religión a la que los primeros etnógrafos clasificaban como creencia animista, pero después de las revelaciones obtenidas por los expedicionarios franceses, el mundo de los expertos se rindió ante la evidencia del patrimonio transmitido por una sofisticada tradición oral. Un conjunto de elaborados artefactos narrativos expresan una mentalidad literaria poblada de motivos mitológicos y de fabulosas intuiciones metafísicas. Los dogón, recluidos en el norte de Malí a causa de las guerras perdidas ante la expansión del Islam, habían elaborado, custodiado y transmitido un conjunto de figuras elegantemente ensambladas con la cadencia de una lengua riquísima en matices e inesperados quiebros narrativos.
En la conversación, que gentilmente aceptó el hogón de Nombori treinta días antes de fallecer (como supe más tarde) mencioné todo lo que yo sabía o creía saber acerca de la cultura de los dogón mientras él matizaba, corregía o negaba mis asertos. ¡Cuánta felicidad me inspiró el relato de aquél anciano! Los gemelos, la fiesta Sigui…
Viene a cuento este ejercicio de memoria pues entonces no pude encontrarme, como me hubiera gustado, con mi viejo amigo Miguel Barceló, vagabundo voluntario en aquellas tierras.
Hoy veo la majestuosa cúpula que ha realizado para la ONU en Ginebra y sólo reconozco motivos de entusiasmo ante una obra de arte vinculada, sin duda, a los vislumbres de los dogón en sus tierras del Sahel.
Dejemos que los ignorantes vayan bramando cuando no toca, pero fijemos nuestra mirada en la metáfora de Barceló. Meditemos un rato y luego recorreremos juntos las evocaciones de la nueva cúpula de roca y cielo. Quedamos emplazados.