Xavier Velasco
V. La llave de Yahvé.
Crece uno con esa idea torcida de que todo lo fácil es despreciable. Preferimos pagar por la fruta que nunca vamos a comernos, toda vez que lo opuesto parecería un abuso. Un día, aprovechando cierta distracción del carcelero, extendemos la mano y le damos una tarascada. Nada, a partir de entonces, volverá a ser igual. Aún tengo en la memoria la sensación de fuga feliz obtenida a partir del primer walkman. Andaba en bicicleta, con él en la cintura y la cinta girando en sus entrañas. Encontraba una suerte de manifiesto de independencia de la realidad en esa deleitosa introspección, ejercida a volumen de lesión cerebral. De repente podía negociar con el mundo exterior sin tener que salir del interior. Imponerle a la vida una banda sonora.
Nunca entendí muy bien la utilidad del bolso femenino. Y al fin, si ésta era tanta, por qué entonces los hombres prescindíamos de él. ¿No sería más cómodo que cada quién cargara con su caja de herramientas? Hay quienes acostumbran, sin menoscabo alguno de su virilidad, llevar en su lugar una de esas navajas suizas equipadas con torno automotriz, gato hidráulico y forceps, para lo que se ofrezca. Si observamos los nuevos modelos, encontraremos un conector USB. De nuevo, el universo exterior cae de hinojos ante el interior, donde late la urgencia de conectar la prótesis electrónica.
"Quiero la suerte de un amor tranquilo, con sabor de fruta mordida", rezaba la famosa canción de Cazuza. La posesión de un nuevo Mr. Gadget proporciona la siempre fresca sensación de haber sido premiado sin merecimientos. ¿Upgrade o downgrade?, duda aún la conciencia, que no tan fácilmente acepta hacer las cosas fáciles. Con lo bonito que era hacerlas difíciles. Pero no hay vuelta atrás. Se entra al iPhone como antes se entró al walkman, asumiendo entusiasta otra forma de vida, quizá más presurosa y con toda certeza menos meritoria, pero inminente ya. Se deja atrás la cruz para partir en pos del zen nuestro de cada día. Se abraza al fin la fe en la fruta mordida, con todo el entusiasmo pagano del que es capaz un tránsfuga del chicote. Ya sé que el paraíso está en otra parte, pero hoy no quiero más que vida fácil. Volar sin costo, aterrizar sin mérito. Decirle al fin adiós a lo que solía ser la realidad. Resignarse a la luna. Migrar.