Edmundo Paz Soldán
La semana pasada fui a Blanes a presentar Bolaño salvaje, el libro que coedité junto a Gustavo Faverón. Fue una experiencia fascinante, conocer a Carolina, y a muchos amigos que tuvo Bolaño en Blanes. La sala donde presentamos el libro, en el segundo piso de la fundación Planells, estaba llena de gente. Asistimos a la primera presentación pública del documental de Eric Hasnoot que acompaña al libro. Escuché a uno de los asistentes comentar que no habían prosperado las gestiones para que la nueva biblioteca de Blanes se llamara Roberto Bolaño; en el ayuntamiento habían decidido que sólo una sala de lectura de la biblioteca se llamara así. No había todavía una placa que indicara el nombre de la sala de lectura; ante las quejas, uno de los responsables del ayuntamiento respondió: "ahora todo el mundo habla de Bolaño, pero en diez años nadie se acordará de el".
Fui a Blanes junto a Paco Robles y Olga Martínez, responsables de la editorial Candaya, que publicó el libro. A ellos los conocí hace unos cuatro años por correo electrónico, cuando me enteré que Paco se hacía cargo de sololiteratura, uno de los sitios web más visitados de literatura latinoamericana (de hecho, incluso ahora que el sitio está descuidado, ocupa el lugar veintidós en visitas en el mundo virtual en internet; toda una proeza, tomando en cuenta que diez de los primeros veinte lugares son sitios porno). Luego nos conocimos en persona en Lleida. Paco y Olga tienen una mirada romántica sobre la literatura que desarma a cualquiera. Son profesores de colegio y vendieron una casa para cumplir su sueño de editores; no tienen secretaria, ellos lo hacen todo, y a veces envían libros a lugares remotos a pesar que la tarjeta de crédito del cliente todavía no ha sido aceptada. Candaya publica pocos libros y se arriesga con autores desconocidos en el mercado español. Publica a novelistas venezolanos, a poetas paraguayos. Ha tenido un éxito comercial notable con Nocilla dream, la novela de Agustín Fernández Mallo que se ha convertido en todo un emblema de la generación Nocilla (van por la quinta edición, más de diez mil ejemplares vendidos).
Esa noche me quedé a dormir en el piso de Paco y Olga en Arenys de Mar, un pueblito de la Costa Brava a media hora de Blanes. A pesar de que eran las dos de la mañana, nos pusimos a curiosear en su biblioteca: me mostraron, orgullosos, toda la colección que tenían de libros de Juan Villoro, muchos de ellos de editoriales pequeñas en Colombia, Argentina, México (ni Juan debe tener tantos libros suyos). También descubrí una admirable colección de libros de Vila-Matas, y una serie de libros recién adquiridos en Buenos Aires. Me contaron, orgullosos, que pronto comenzarían a publicar a Sergio Chejfec en España. Me fui a acostar a las cuatro.
Me advirtieron que el piso era modesto pero que todo lo compensaba la vista del pueblo y el mar que tenían desde su balcón. Esa noche, hurgando en su biblioteca, sentí que no era necesario nada más. A la mañana siguiente, antes de partir (deja la puerta abierta que no pasará nada), me asomé al balcón. Lo que vi fue prodigioso. Estaba en el reino de Candaya.