Clara Sánchez
Por un lado, jamás hemos salido tanto fuera de casa como ahora, nunca hemos viajado tanto al extranjero. Los aeropuertos y las estaciones de tren están llenos del colorido y divina juventud de chicos que recorren Europa o hacen un intercambio en Estados Unidos. Ya no hace falta ser un personaje de Henry James para hacer y deshacer mochilas sin parar y ya no hace falta ser de una casta especial para aprender idiomas. Con todo lo que se diga, nuestros hijos van y vienen por un mundo más amplio y accesible, mientras que hace unos lustros algunas de nuestras conciudadanas sólo pisaban el aeropuerto para ir a abortar a Londres. Bueno, pues a estas alturas del 2008, seguimos peleando con el aborto. El aborto aún es un pecado en lugar de un derecho, aún es visto como un capricho en lugar de como una lastimosa necesidad.
Por un lado, las mujeres nos estamos dando a valer, nos estamos incorporando al mundo; que se les rebane el clítoris a las niñas por esos mundos de dios (que a veces tenemos puerta con puerta sin saberlo) nos revuelve el estómago; que se asesine a una mujer un día sí y otro también a todos nos conmociona y nos preguntamos por qué esos criminales viven en nuestro mismo barrio, visten como nosotros, parecen normales como nosotros, y sin embargo son capaces de cometer semejante atrocidad. Ha costado sudor y lágrimas poder llamarle compañero al marido, al novio o al amante, no tenerle miedo al padre, ha costado una vida que los hombres se familiaricen con las cosas de las mujeres y que sepan lo que es un tampax o una compresa, ¿cuándo se empezó a hablar de la regla en televisión? ¿cuándo se empezó a ver al descubierto un vientre embarazado? No ha sido fácil que hombres y mujeres mezclen sus vidas, de hecho la llamada violencia de género arrastra una extraña crueldad hacia el otro sexo, hacia lo distinto.