Xavier Velasco
Hay quienes creen que un blog debe cumplir funciones de confesionario público. Muy al principio de este experimento que con el tiempo se me ha hecho misión, supe de una lectora que se quejaba porque no hallaba aquí mi vida íntima. Más allá del escaso interés que pueda generar el tema -siempre quise vivir como James Bond, pero me faltan muchos galones de Bollinger y martini para intentarlo- encontraría francamente aburrido ceder a tentaciones tan obscenas. La gracia de este juego, me parece, consiste en ir saltando entre la vida y la imaginación sin dejar mayor rastro que el brincar natural de las palabras.
Ahora mismo uso el verbo brincar como un lusitanismo que quiero insospechable, aunque no del todo. Brincar en portugués significa "jugar", y yo sostengo que este asunto de escribir es una brincadeira. Ahora bien, si me atrevo a brincar aquí de esta manera es porque me entretiene un demonial decir y no decir qué hago y dónde estoy. La semana pasada, por ejemplo, cometí la flagrante cursilería de encimar un pequeño corazón en el centro de una ruleta, y luego un par de ellos sobre el tapete verde. Había escrito el texto abordo de un avión, al principio de un vuelo de nueve horas entre México y São Paulo: un viaje intempestivo concebido y resuelto un par de días antes en nombre de una inmensa apuesta sentimental.
Hoy que por fin compruebo que no he perdido el alma en el intento, la brincadeira consiste en plantar aquí arriba un confesionario para no hablar del panorama imperante, pues aún insisto en hacer de esta misión escritural cualquier cosa menos el diario del autor. Quién sabe, podría ser que todas las palabras precedentes fueran sólo ficciones, aunque nunca mentiras. No se puede mentir cuando se escribe en pos de un fin estético, toda vez que la intensa vehemencia requerida difícilmente aflorará de la pluma de un mero mentiroso -siempre a la defensiva: criminal paranoico- cuyo medido arrojo no alcanza para hacer apuestas grandes. Escribir, casi siempre, es delatarse.
No puede uno por menos de sentir subrepticia simpatía por aquellos ladrones que dejan siempre un cabo suelto, a manera de firma inconfundible, tras cada una de sus fechorías; cual si al hacerlo desafiasen al sabueso oficioso que avanza lupa en mano detrás de ellos. "Alcánzame si puedes", susurrará la pista. Un juego similar al del proscrito que corre innecesariamente a exceso de velocidad por el puro placer de incrementar la apuesta. Apostar es, a veces, ganancia de por sí.
He sembrado un confesionario al comienzo de estos párrafos no exactamente para reforzar el título, como para ocultarme detrás, pero llegando a estas profundidades mudo violentamente de opinión, echo a andar nuevamente el photoshop y recorto la imagen de una reina de batería. Dentro de algunas horas, escribiré el siguiente post en el teléfono, toda vez que sería aburridísimo llegar con todo y MacBook al sambódromo de Rio de Janeiro.
"Basta de saudade", suplicaba Vinicius de Moraes en una de sus letras fundamentales, para luego exigir el fin de "este negocio de ti viviendo sin mí". Luego de tantos años de adorar esta música sin haber puesto pie en la más grande pasarela de samba del universo, me come la saudade por el mañana. Con su permiso, pues: Ego me absolvo.