Javier Rioyo
Tiene un falso prestigio la leve enfermedad. Esos catarros invernales que te permiten estar ausente del trabajo, la calle, los amigos durante unos días. En la cama, en el sofá, acatarrado y con ganas de ver alguna vieja película, de leer alguna vieja novela. Comer poco y caliente, y beber leche con miel y coñac. Siempre me parece un buen plan… hasta que me toca. Es la segunda vez en el año que me toca. Y cada vez me toca peor. Ya no tiene el encanto con el que recordábamos nuestros pequeños malestares. No aguanto bien las películas, se aumenta el deseo de dormir ante la televisión. Y me cansan las novelas.
¿Qué hacer? Dos remedios. Uno el mismo que utilizo desde la infancia. Leer a Tintín. Nunca me decepciona.
Y otro. Leer aforismos. Un buen libro de aforismos nos hace sonreír, pensar, nos devuelve el espíritu de lo irónico, está cerca de la poesía y es una depuración de la prosa. Bergamín, gran aforista, decía que el aforismo era una "dimensión figurativa del pensamiento". Lo recuerda el poeta, y novelista, Carlos Marzal que acaba de publicar un libro de aforismos. Un libro que merece ser sacado de esa clandestinidad en que se mueven los aforistas. Inaugura colección en la editorial Cuadernos del Vigía. Bienvenidos. Mientras sigo con mis virus, aquí quedan algunos aforismos de Marzal:
"Tengo por el engaño y el autoengaño una viva admiración: la del enfermo a su fármaco"
La siguiente la podría firmar Lamela si fuera otro, si fuera un místico, si supiera sufrir, si supiera leer. Y que me perdona Carlos Marzal por la ocurrencia.
"La cirugía de vivir, sin anestesia: que todo duela y se goce en su absoluto"
Uno sobre el paso del tiempo: "La pereza de la edad comienza a pesarnos el día en que uno se plantea lo trabajoso que resultaría volverse a enamorar"
Y una para todos en general, y algunos en particular.
"Un tonto bienintencionado es un tonto múltiple, porque nos niega el verdadero enfado".