Marcelo Figueras
Estaba leyendo Bullet Park, de John Cheever (Rodrigo Fresán me regaló la novela hace años, nunca la había leido) cuando me enteré de la muerte del actor Heath Ledger. Probablemente no tenga nada que ver con las circunstancias de su deceso: mientras escribo esto las noticias dicen que la primera autopsia no arrojó resultados concluyentes, lo cual pone en dudas las versiones instantáneas sobre depresión y sobredosis, pero la superposición de las dos circunstancias -la noticia de la muerte de un hombre joven, mi lectura del capítulo IV del relato de Cheever- hicieron inevitable que las ligase en mi mente.
Al comienzo del capítulo IV hay un párrafo de antología en que se revela que el personaje Nailles siempre pensó "que la pena y el dolor eran un Principado, que existía en algún lugar más allá de las fronteras legítimas de la Europa Oriental". Estadounidense prototípico de los años de la Guerra Fría, Nailles desterró el dolor a un paraje exótico que no tiene intenciones de visitar nunca; en estos días, nosotros tendemos a ubicar el mismo Principado en algún lugar de Africa, de esos en que los niños ofician de soldados y se procura un genocidio diario. Nailles admite recibir postales desde el Principado de tanto en tanto, y sufrir pesadillas en las que entrevé sus montañas terribles desde la ventana de un tren, pero está decidido a no viajar jamás a esa tierra "donde el palacio ha sido convertido en hospital y los ríos de sangre producen espuma bajo el arco de los puentes".
Nada más humano que el deseo de imaginar que la pena y el dolor son una realidad distante. El problema de ser demasiado exitosos en esa fantasía es lo que suele ocurrir cuando pena y dolor golpean finalmente a la puerta -un destino que suele sernos inescapable. La experiencia traumática puede sugerir que nos hemos mudado por la fuerza al Principado, y que todo lo que nos rodea son estatuas grotescas y ríos de sangre. Y la vida no es ni una cosa ni la otra: acaso un tour con fecha de vencimiento, que nos lleva y nos trae de ambos territorios. La sensación de que el tren descarriló dejándonos varados en el Principado puede ser desesperante, lo entiendo. Pero nunca hay que olvidar que, incluso en el peor de los casos, la visita es transitoria. Porque el país del dolor es el mismo país de la alegría profunda. La cuestión es saber esperar que el tren coja la curva.
Ojalá el Principado no haya sido el paisaje que Ledger visitó en sus últimos tiempos, aun cuando los demás lo creían viviendo en una tierra de bonanza. Ojalá no sea el paisaje que ustedes visitan hoy.
Ningún río sigue siendo rojo cuando llega al mar.