Marcelo Figueras
Me desperté esta madrugada con una tormenta que estaba a un par de soplidos de ser un huracán. Por la mañana vi imágenes de los destrozos en la TV: árboles arrancados de cuajo, hierros doblados, carteles derrumbados sobre casas. Ahora, a media tarde, escribo bajo un cielo de un azul límpido.
Se me cruzó que el arco que iba de la tormenta a esta tarde tan bonita era un eco de lo que vivimos en este país durante los últimos cuatro años. Néstor Kirchner asumió en el año 2003 la presidencia de algo que era bastante menos que un país y bastante más que un simple incendio. Ayer cesó en su tarea dejando detrás un país en funcionamiento. Con muchísimos problemas e infinidad de tareas pendientes, pero de pie. Cuando uno se ha habituado a perderlo todo cada pocos años, algunas cosas que a otros les parecerán elementales cobran para uno la dimensión de hazaña. Que un presidente concluya su mandato, por ejemplo. Que haya beneficiado a las mayorías. Que haya respetado y hecho respetar los derechos humanos. Que no haya reprimido las protestas populares. Que haya profundizado la relación del país con América Latina.
Ayer asumió la presidencia Cristina Fernández de Kirchner. Ver a una mujer con la banda presidencial me produjo una emoción profundísima. Que se convirtió en lágrimas al verla ponerse de pie para rendir homenaje a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, precisamente en el día que en que se cumplían 30 años del secuestro de su fundadora, Azucena Villaflor. A ellas -esas mujeres- les atribuyó la nueva presidente toda su inspiración, un ejemplo que llevan décadas practicando para beneficio de todos los argentinos: el de la ardiente paciencia en el reclamo de justicia, haciendo de la no violencia una cuestión de principios. El resto del discurso de asunción también fue memorable. En su defensa de la justicia social y de la educación pública, en su reclamo de igualdad ante la ley (dirigido a los jueces que no quieren pagar impuestos), en su profesión de fe latinoamericanista, en su definición a favor de un mundo multilateral que no combata al terrorismo violando derechos humanos.
Yo no soy peronista ni me definiría como kirchnerista. Pero faltaría a la verdad si no dijese que ayer fue una de esas raras, extrañísimas ocasiones en que mi país no me inspiró rabia, desconcierto ni tristeza, sino muy por el contrario, me llenó de esperanza.