Marcelo Figueras
Me causó gracia que Mayté / Palas se burlase de mi sueño apocalíptico remitiéndolo a Héroes, a las visiones del pintor Isaac Méndez sobre una Nueva York devastada por la bomba y a la voz del inefable Hiro llamándolo: “Mister Isaac…” Es verdad que vengo siguiendo la serie con unción religiosa, pero lo cierto es que más allá de mi fanatismo, la preocupación por la nueva escalada nuclear es en mí todavía más profunda de lo que quiero admitir: a la prueba del sueño me remito. El precario equilibrio que parecía haberse alcanzado después de la Guerra Fría se ha roto, no sólo porque la no proliferación se ha convertido en simple proliferación, sino porque además la política exterior de los Estados Unidos alienta al resto de los extremismos a procurarse más bombas, con la excusa –por lo demás bastante razonable, dado la agresividad de la administración Bush- de la defensa propia. Vaya paradoja: todo el mundo se prepara para matar con el argumento de que debe estar listo para defenderse. Creo que se impone un reestreno mundial de Dr. Strangelove, la película de Kubrick. Lo único que queda por determinar es si el próximo enajenado que cabalgará una bomba hasta convertirla en hongo será un cowboy al estilo del Slim Pickens del filme, un jihadista, un guerrero chino, un ruso o algún separatista de los tantos que hay por todas partes. (Los hay hasta en Bolivia, vean.)
Pero en fin, volvamos a Héroes. ¡Faltan cuarenta y ocho horas para el final de la primera temporada! Para mi desgracia, el viernes tengo uno de esos eventos sociales a los que no se puede faltar, lo cual seguramente me obligará a postergar la visión hasta la repetición del sábado… ¡No hay derecho!
No sé ustedes, pero al menos yo sentí que este último tramo era bastante confuso. No suele tener dificultades para seguir tramas complicadas, pero algunas de las ideas y vueltas en el tiempo me dejaron girando como un trompo. Me pareció además que ciertas ramas del relato se desinflaban, por ejemplo la que sigue a Niki (Ali Larter), que se volvió fastidiosa y –al menos en apariencia- prescindible. Todo lo cual no impide que siga viendo la serie con ansia, al punto de que ya reservé mi edición en DVD por Internet.
Nadie podrá probar jamás la vieja teoría que sostiene que la masacre de Pearl Harbour podría haber sido evitada, pero que no lo fue para que el sacrificio impulsase al pueblo de los Estados Unidos a reclamar respuesta militar acorde. (Que en último término no lo fue. ¿Cuántos Pearl Harbour caben en Hiroshima y Nagasaki?) Lo que está claro es que el argumento de permitir una masacre para justificar la acción posterior ha pasado a formar parte de nuestros mitos contemporáneos. Verlo expuesto en Héroes no hace más que generar nuevos escalofríos, porque nos consta que los poderes establecidos consideran que las vidas humanas son la mercancía más barata en sus mercados.
Sea o no imprescindible salvar a la porrista, lo que resulta indudable es que hay que salvar al mundo.