Marcelo Figueras
Al hacer la broma ayer sobre mi Paraíso personal, que imaginé con proyecciones de mis series favoritas a toda hora, me quedé pensando en las restantes características que debería tener el lugar para ser un Cielo en toda la regla. La primera pregunta que surgió era fundamental: ¿está bien pensar en un Paraíso privado, o lo más sensato sería pensar en un Cielo comunal? Después de todo hemos sido en vida seres sociales, más allá de las ocasionales quejas por la existencia de tanta compañía indeseable; no creo que nadie imagine un Paraíso en el que se desee solo por toda la eternidad. Por lo demás, supongo que sólo se nos concedería un Paraíso en caso de que hubiésemos resuelto nuestras cuestiones de convivencia: con los amores, con la familia, con los amigos y en el trabajo, y también con la gente que nos cruzábamos en la calle y con tantos conocidos y desconocidos que en un momento u otro necesitaron de nuestra buena voluntad. Pero en fin, aunque más no sea para seguir con la corriente del juego, imaginemos que nuestros Paraísos privados sólo estarán poblados por aquellos a los que quisimos bien. Esa lista es personal en cada caso, y por eso huelga consignarla. Vayamos, entonces, a los rasgos que sí podrían sernos comunes.
Lo primero que pensé es que mi Paraíso debería tener rasgos caribeños. Nada me gusta más que el mar, así que la posibilidad de bucear y de navegar en aguas cálidas me sería insoslayable. Pero enseguida empecé a lamentar todas las cosas que ya no vería en caso de esa elección: nevadas como las del lunes sobre Buenos Aires, montañas como las del sur, ciudades como Londres, Barcelona y París. Por lo que concluí que mi Paraíso debería serme bastante parecido a la Tierra misma en toda su amplitud y variedad, eso sí, en la medida de ser posible con pasajes gratuitos en primera clase.
Después pensé que mi paraíso debería proporcionarme acceso inmediato a las cosas que más me gustan. Esto es libros, en cantidad digna de la Biblioteca de Babel. Y películas en igual proporción. Y series, como ya mencioné: desde las viejas que tanto me gustaban –por ejemplo Los Vengadores– hasta las nuevas que me fascinan, como Lost y Héroes. (Tratándose de una Paraíso, lo ideal sería poder ver la segunda temporada de Héroes antes de que sea filmada, incluso.) No es que actualmente padezca muchas limitaciones al respecto: todavía tengo muchos libros por leer (y releer) en mi biblioteca, y DVDs apilados, y lo que todavía no tengo o no leí o aún no vi puedo conseguirlo con casi total certeza por internet. Dado lo cual volví a concluir que mi Paraíso se parecería bastante a este mundo, eso sí, con un poco más de tiempo (ah, las ventajas de la eternidad) y algo más de cash para satisfacer caprichos.
También me gustaría poder disfrutar de algunos vicios. Dentro de los legales, mencionaría comidas (jamón español, guacamole, tacos picantitos, mariscos; mi Paraíso tendría dentro una sucursal del Kiosko Universal de Barcelona) y bebidas: con buen vino tinto, tequila y el ocasional brandy me daría por feliz. En lo que hace a los vicios prácticamente ilegales, debería tener suministro constante de Gitanes sin filtro y habanos para cuando la ocasión lo amerite. (Le tengo cariño a los Partagás, porque eran los que fumaba mi abuelo.) Esta certeza me hizo pensar que mi versión del Paraíso tampoco estaba tan alejada de la vida real, que me depara con bastante frecuencia semejantes placeres.
Por supuesto, también me gustaría tener la oportunidad de hacer lo que más me gusta. Esto es seguir escribiendo y produciendo cine, en lo que hace al puro trabajo (¿cuál sería la gracia de leer y de ver tantas películas y series, sino uno no puede jugar también?), y seguir relacionándome con las personas que amo, en el terreno del puro corazón. Lo cual tornó inevitable entender que mi Paraíso personal se parece mucho pero mucho a este planeta tal como es, con algunas diferencias menores (la cuenta bancaria que se haría necesaria, el tiempo disponible) y algunas sinceramente mayores. Para mí esta Tierra no será nunca el paraíso que podría ser mientras haya gente –¡mientras hayan niños!- que se cagan de hambre y sufren las demás variantes de la violencia, esto es marginación, persecución, analtabetismo, desocupación… ya saben. La parte buena del asunto es que este planeta produce riquezas suficientes para que a nadie le falte nada, lo cual vuelve al problema en un simple asunto de redistribución, o sea político. No digo que realizar el cambio sea fácil, pero no dejó de satisfacerme el descubrimiento de que esta vida y este lugar se parecen bastante al mejor de los mundos posibles. Lo que falta para que lo sea, en todo caso, es precisamente lo que determinaría que nos ganásemos el Paraíso en la contingencia de que este asunto siga siendo cuestión de meritocracia.
(Para ser honesto, tampoco me disgustaría que mi Paraíso se pareciese a una isla a compartir con Evangeline Lily, la chica de Lost. O a un bar donde encontrarme con Sienna Miller a beber un dry martini. En fin: ¿cómo serían sus propios Paraísos?)