Marcelo Figueras
Un comentario de Antonio Larrosa me hizo pensar en el destino de los escritores. Inspirado por las palabras de Marechal, y por el sueño común de escribir que alentamos desde niños, el autoproclamado "peor escritor del mundo" recordaba la escritura de su primer texto de ficción a la edad de siete años. Me acordé entonces de algo que había leído días atrás, en la versión local de la revista Rolling Stone. Allí Rodolfo Fogwill, el autor de Los pichiciegos, Vivir afuera y Restos diurnos, le dijo al periodista Agustín Valle: “Ser escritor ya es fracasar”. Fogwill se refería, creo yo, a cierto lugar del alma que quizás sea el mejor para acometer la tarea. En ese tramo del reportaje, Fogwill se refería a ciertos “grandes escritores que en la cancha pueden ser virulentos peleadores y después en la literatura tienen miedo. ¿Pero de qué? ¿De fracasar? Si ser escritor ya es fracasar. ¿Qué peor te puede pasar? ¿Cuál sería el éxito de un escritor? ¿Ganar el premio nacional, 1.500 mangos por mes? ¿La jubilación de un sargento?”
Yo creo estar de acuerdo (y digo “creo” para cubrirme, porque Fogwill también es un gran peleador y le gusta agarrársela hasta con la gente que está de acuerdo con él) en eso de que existen muchos escritores timoratos, que a la hora de sentarse y marcar la diferencia narran desde el miedo, desde su costado más convencional. Por eso está bueno ubicarse en el lugar del fracaso: porque cuando uno es consciente de que ha elegido una profesión que hace del fracaso un destino, entiende que no tiene nada que perder –y entonces escribe sin que nada le importe, más allá del viaje en sí, de la propia aventura.
Por supuesto, algunos párrafos más adelante Fogwill se desdice, o por lo menos arruina mi interpretación, al agregar: “Ser escritor es fracasar en la vida”. A mí se me hace que los escritores debemos trabajar desde esta noción del fracaso, de lo perdido por perdido, porque es liberadora: nos ayuda a quitarnos de encima toda otra expectativa que no sea la del placer que se obtiene durante la tarea. Pero aun cuando esto signifique que estaremos contando duros toda la vida (a fin de cuentas Fogwill se refiere al fracaso económico, a la imposibilidad de comprarse un Volkswagen Gol en vez de “esta mierda”, es decir su propio auto), yo no creo que eso entrañe el fracaso en la vida. Cuando uno abraza de corazón una profesión quijotesca –como Antonio Larrosa, que en su primer opus se atrevió a reescribir a Pierre Menard-, lo hace a consciencia de que, a Dios gracias, existen algunas formas gloriosas del fracaso.