Marcelo Figueras
No sé ustedes, pero yo he leído novelas de género toda la vida. Ciencia ficción, aventura, terror, fantástico, policial: me gustan todos por igual. Y al paso que vamos, imagino que seguiré leyendo esta clase de relatos –o incluso releyendo, ¿por qué no?- todo el tiempo que pueda, mientras el cuerpo aguante.
Me he quedado enganchado con los géneros, presumo, porque me posibilitaron el disfrute inicial de la literatura y del cine: nuestras primeras andanzas en el territorio de la imaginación están signadas por esta clase de relatos, desde los cuentos de hadas a Julio Verne, de Batman a Stephen King, de Hans Christian Andersen a La Odisea. La mayor parte de la gente crece y evoluciona hacia otros rumbos, pero evidentemente no es mi caso. Yo he probado y probaré suerte con otras formas del relato, pero en el fondo mi corazón sigue latiendo por el primer amor. Nada me gusta más que las novelas de género. (¡Y si mezclan más de uno a la vez, todavía mejor!)
Pensaba en estas cosas leyendo El libro de los géneros de Elvio E. Gandolfo. Me lo compré por el tema, claro, pero también por el enorme respeto que le tengo a Elvio, que es uno de los pocos periodistas y críticos literarios del Río de la Plata a quien me complace leer. (También me gusta en su faceta de escritor: no se pierdan La reina de las nieves.) El libro es una recopilación de artículos y prólogos que Elvio ha ido publicando sobre la cuestión y sobre los autores del género en las últimas décadas: hay piezas sobre Philip K. Dick, los policiales negros de la Argentina, Stephen King, Frankenstein, John Carpenter y Alien, por ejemplo, y realmente vale la pena. Leyéndolo advertí hasta qué punto encuentro un alma gemela en Elvio: como él me volví fanático de la ciencia ficción en la más tierna adolescencia (gracias a Dios y a Paco Porrúa por la existencia de la colección Minotauro: Bradbury, Dick, Ballard, Lovecraft…), y como él aprendí inglés para acceder a aquellos textos que nadie editaba en español. (Uno de mis primeros libros en ese idioma fue The Silmarillion, de J. R. R. Tolkien.)
Cuando Gandolfo habla de géneros, se refiere a “lo que la mayoría de los estudios universitarios llama géneros menores: policial, ciencia ficción, terror”, distinguiéndolos de los géneros mayores: novela, poesía y ensayo, a los que prefiere denominar formas. Elvio valora los géneros porque nos rescatan como el Séptimo de Caballería “en el preciso momento en que el lector en general está por morirse de aburrimiento”. Y además señala que todo autor disruptor ha tenido firmes vínculos con géneros “menores”, mencionando como ejemplos a Cervantes, Arlt, Dostoievski, Balzac y Shakespeare. (Yo añadiría a Dickens, Conrad, Vonnegut, Amis, McEwan y Murakami, para ampliar el panorama.) Subraya el hecho de que en los Estados Unidos, “el país que prácticamente los ha creado”, la convivencia de los géneros “menores” con la gran literatura es naturalísima. (Me muero de ganas de leer la novela nueva de Michael Chabon, The Yiddish Policemen’s Union, que mezcla Chandler con el Dick de El hombre en el castillo.) Aunque me dejó con ganas de oírlo elaborar sobre las razones por las cuales los más grandes escritores de Argentina y también de Latinoamérica recurren con tanta frecuencia al género fantástico: además del mencionado Arlt están Horacio Quiroga, y Borges, y Bioy Casares, y Cortázar, y Abelardo Castillo, y García Márquez…
A veces me pregunto si todo el camino que he hecho y sigo haciendo no es una preparación para sumergirme de lleno en la novelística de género. Contrariamente a la mayoría del gremio, que aunque incursione en los géneros aspira a consagrarse como autores “de verdad”, yo sueño con despojarme de todas las pretensiones académicas para crear al menos uno de esos personajes –un Sandokán, un Corto Maltés, un Eternauta- que siguen viviendo en la imaginación de la gente aunque su creador ya no exista.