Javier Rioyo
En Segovia hay muchas más carnicerías que librerías. Se consumen más cochinillos que libros. No hay tradición de encuentros literarios y, mucho menos, existían antecedentes de pagar para poder escuchar a los escritores hablando de sus obras, sus gustos literarios o sus opiniones sobre literatura o política. Segovia no es Hay on Wye, ese pueblo galés lleno de librerías y acostumbrado a celebrar encuentros de escritores desde hace décadas. Y, sin embargo, en Segovia el Festival Hay, ha constituido un éxito y una sorpresa. Los encuentros de los días -y las noches- segovianas literarias han demostrado que sí hay deseos de escuchar, leer, debatir y participar en las discusiones culturales y literarias. Los escenarios donde se producían los encuentros estaban llenos, la gente pagaba por el espectáculo de escuchar a los intelectuales, historiadores o escritores de muy distinta condición, cultura o fama que hasta allí llegaron. Había debates, preguntas y celebraciones desde la mañana hasta la noche en la monumental, civilizada, divertida, y de excelente gastronomía, ciudad castellana. Había colas (¡¡) para poder ver a un escritor. La organización ha sido perfectible, son lógicos los desajustes, los despistes e improvisaciones de unos encuentros que no tenían antecedentes. Algo que, estoy seguro, se corregirá para los próximos encuentros. Fue un acierto la elección de Segovia, ciudad espectacular de tamaño humano, con excelentes servicios, con buena comunicación y volcada, desde las autoridades hasta los ciudadanos, con estos encuentros literarios.
El paisaje segoviano durante estos días era todo un lujo para las revistas literarias, para las páginas culturales o los programas televisivos culturales- si los hubiera, excepciones aparte- o para unos hipotéticos paparazis que se dedicaran a robar la foto casual de las gentes del mundo cultural en vez de perseguir a folklóricos o famosos surgidos de la basura mediática de esos programas de tomates, insultos o bailes. Ver haciendo cola en el restaurante José María -el emperador del cochinillo- a una paciente Laura Restrepo que apenas pudo comprobar sus bondades porque le llegó la hora de su charla a la mitad de su rito con el dorado manjar, a Ian McEwan en las terrazas de la Plaza Mayor, cercano pero no revuelto con su compatriota Martin Amis, no lejos de Enrique Vila-Matas, reconvertido en bebedor de zumos de naranjas, que compartía mesa con Jorge Edwards, que sigue fiel a los whiskies. O comprobar que también en Segovia algunos escritores y editores quisieron celebrar sus particulares noches blancas. De noches segovianas saben Malcon Barral, Miguel Aguilar, Benjamín Prado, Santiago Roncagliolo o Eduardo Lago. O los que se repartieron sus horas entre la gastronomía, la cultura y las visitas a la histórica ciudad. Laura Restrepo, enamorada de la ciudad, no se quiso perder ni la misa mayor que en la catedral se cantaba en honor de la patrona, la Virgen de la Fuencisla, nada que ver con la virgen de los sicarios. Tampoco quiso perderse el convento donde vivió uno de nuestros mayores poetas, San Juan de la Cruz. Sobrio refugio que está en las antípodas de la grandilocuencia barroca de la misa catedralicia.
Ian Gibson, revisitando su conocida ruta segoviana de Antonio Machado. Doris Lessing, un poco olvidadiza con su propia historia, menos mal que a su lado estaba la culta y paciente Marianne Ponsford, dispuesta a ser la memoria precisa de algunas in concreciones de la escritora inglesa. La Lessing, que también conoció de cerca el placer del cochinillo, estaba admirada del profundo cambio que nuestro país ha conocido desde sus visitas en años del franquismo puro y duro. Muchas personalidades del mundo de la cultura, del libro, conocen bien Segovia, pero ninguno había conocido una ciudad entregada al diálogo abierto y plural de tantos escritores por metro cuadrado. Mañana contaré mi encuentro con dos de los escritores hispanos de mayor interés de los últimos años, con el compañero de estas páginas, el peruano Santiago Roncagliolo, y con el colombiano Jorge Franco. Hay Segovia para rato.