Víctor Gómez Pin
«Soy el único hombre en la tierra y acaso/ no hay tierra ni hombre./ Acaso un dios me engaña./ Acaso un dios me ha condenado al tiempo,/ esa larga ilusión./ Sueño la luna y sueño mis ojos que perciben/ la luna. /He soñado la tarde y la mañana del primer día./ He soñado a Cartago y a las legiones que/ desolaron Cartago./ He soñado a Lucano./ He soñado la colina del Gólgota y las cruces/ de Roma. He soñado la geometría./ He soñado el punto, la línea, el plano y el/ volumen. /He soñado el amarillo, el azul y el rojo./ He soñado mi enfermiza niñez./ He soñado los mapas y los reinos y aquel duelo del alba./ He soñado el inconcebible dolor./ He soñado mi espada./ He soñado a Elizabeth de Bohemia./ He soñado la duda y la certidumbre./ He soñado el día de ayer./ Quizá no tuve ayer, quizá no he nacido./ Acaso sueño haber soñado./ Siento un poco de frío, un poco de miedo./ Sobre el Danubio está la noche./ Seguiré soñado a Descartes y a la fe de sus padres». (Jorge Luís Borges, «Descartes» La cifra, 1989).
Miedo y frío en la tarde de un filósofo…Alguna vez he hablado aquí de la potencia emocional de controversias teóricas y ello en referencia al «Discurso del Método», obra admirable tanto desde el punto de vista filosófico como literario, que se lee de corrido y que sigue siendo la más fascinante vía para hacer inmersión en la filosofía. En cualquier caso, lo que precede basta para entender que en esa duda, reflejo de una decepción, que embarga al joven Descartes, reside el soporte del pensamiento y proceder cartesianos, e incluso de todo pensamiento y de todo proceder filosóficos dignos del calificativo: «que para examinar la verdad, es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas una vez en la vida».
La duda, sobre todo si es metódica, es decir si la primera hipótesis tranquilizadora no empuja a salir de dudas, tiene el precio de la ausencia de cimientos. «Siento un poco de frío, un poco de miedo.» Y ello cuando «Sobre el Danubio está la noche». No es la única vez que Borges asocia el miedo y el frío al quehacer de un gran filósofo:
«Las traslúcidas manos del judío/labran en la penumbra los cristales /y la tarde que muere es miedo y frío. (Las tardes a las tardes son iguales) / Las manos y el espacio de Jacinto/que palidece en el confín del Ghetto /casi no existen para el hombre quieto/que está soñando un claro laberinto/No lo turba la fama, ese reflejo/de sueños en el sueño de otro espejo/ni el temeroso amor de las doncellas. / Libre de la metáfora y del mito/labra un arduo cristal: el infinito/mapa de Aquel que es todas sus estrellas».
Miedo y frío evocados por Borges en relación al quehacer de dos grandes filósofos. Ello me lleva de nuevo al tremendo texto de Hermann Melville:
«Y de ser un filósofo, aunque sentado en la lancha ballenera, su alma no experimentaría ni un ápice más de terror que el que viviría sentado junto al fuego nocturno hogareño, teniendo a mano un atizador en lugar de un arpón». (Moby Dick, capítulo LX).
Eco directo en el ilustrado Melville del fragmento de las cartesianas Meditaciones de Prima Filosofía: «…acaso hallemos muchas otras cosas de las que no podamos razonablemente dudar (…) como por ejemplo que estoy aquí, sentado junto al fuego».