Yoani Sánchez
La cafetería de la calle 13 entre F y G, llena -aquella tarde de diciembre- de segurosos y admiradores. Los primeros iban tras esta inquieta blogger, como una comparsa tragicómica que danza alrededor de mi cuerpo, de mi casa; los segundos perseguían el rostro radiante de la actriz Julia Stiles, su risa de pantalla grande a todo color. Enorme confusión, cuando vieron a la muchacha que interpretó el personaje de Nicky Parsons sentarse a la misma mesa con la autora de Generación Y, conversar con afecto. Pues sí, la conocida neoyorquina lee mi diario virtual, está interesada en escarbar más allá de la imagen de postal turística que se exporta sobre nuestra realidad. Apenas quiso hablar sobre sí misma, aunque no me faltaron ganas de indagar sobre su vida profesional o deslizarme por el lugar común de pedirle un autógrafo.
Julia y yo somos de esa generación de norteamericanos y cubanos que ha sido separada y enfrentada por una retórica ajena a nuestros deseos. Descendientes de unos Montescos y Capuletos que trataron de heredarnos sus inquinas, sus odios. Aunque mirándolo con objetividad no lo lograron y el resultado ha sido más bien todo lo contrario. Cerca, pero apartados, afines y sin embargo azuzados, muchos jóvenes de aquí y de allá estamos hartos de esta ?guerra fría? desfasada y de las consecuencias que trae a nuestras vidas. Así que el encuentro con Julia tuvo carácter de conciliación, como si en medio del combate dos contrincantes se acercaran y comenzaran a tantearse, a abrazarse.
Nadie en la cafetería sintió el ruido de las armas depuestas, ni siquiera los que estaban allí para mirarnos se percataron de cómo desmontábamos los muros que nos separaban. Al final, la mujer risueña de los filmes y la habanera que debió haber sido el hombre nuevo se dieron otro abrazo y se dijeron ?hasta luego?. Cada una se fue por su lado, regresó a su vida, delante de las cámaras o frente al teclado, en la gran Manzana o en un edificio modelo yugoslavo. Pero desde esa tarde, siempre que escucho a la tele bramar contra los vecinos del Norte, evoco a Julia, hago terapia recordando su risa y el pequeño armisticio que logramos aquel día.