Xavier Velasco
Hace gracia pensar que aún hace veinte años había quienes realmente creían que ciertos discos de larga duración tocados en reversa reproducían mensajes diabólicos. Hoy, cuando aquella complicada operación puede hacerse impecablemente en cualquier editor digital de sonido, no se sabe de un solo hallazgo al respecto. Ahora bien, veinte años no pasan en balde; especialmente para el demonio, que no por ser más diablo es menos vulnerable al efecto del tiempo. Cada vez que aparece en la televisión uno de aquellos grupos de rock de la era del demoniaco disco de vinil, hay un hedor a azufre que satura el ambiente, como en esas historias de pactos con el diablo donde el protagonista sin querer lo invocaba y él se le aparecía en medio de una nube amarillenta, generalmente con un contrato en la mano.
—¿Me llamaba, colega? —una de las ventajas de trabajar de musa es saberse invocada a todas horas, como la buena suerte y el amor. No acostumbran quedarse mucho tiempo, y si lo hacen nos dejan deudas estratosféricas, pero su compañía es tan deliciosa que mientras dura nos hace creer invencibles. Según Afrodita, es ella quien me dicta los renglones; según yo, son sus ojos estupefacientes los que me orientan entre la negrura.
El rock es como el diablo que te ofrece un contrato por cierto número de años en los que gozarás de su milagrosa y divertidísima protección, y pasado ese tiempo regresa para cobrarse con tu alma. No es extraño que numerosos rock stars busquen la compañía de las porn queens, si unos y otras brillan con la fecha de caducidad impresa en la etiqueta. Quiero decir que estoy aquí pasmado delante de un concierto de los New York Dolls y observo que la sola estampa de David Johansen bastaría para lanzar una edificante campaña Ahmadineyad-made, en pro de la moderación y el recogimiento. ¿Qué hace el mundo con sus rockeros caducados, auténticos desechos nucleares de sí mismos? ¿Dónde meter a quienes lo apostaron todo por el presente, al extremo de envanecerse desterrando al pasado y repitiendo que no había futuro? ¿De verdad es mejor arder que desvanecerse? ¿Quién echa el primer leño sobre Iggy Pop?
—La fotogenia es privilegio de muertos puntuales, colega. A ver, ¿cuándo le ha visto una arruga a Jim Morrison? Con todos mis respetos para el señor de allá abajo, no me parece pulcro que se lleve las almas y deje aquí los cuerpos apestando a azufre. Ahora que, si hemos de ponernos sinceros, a usted no le preocupan los New York Dolls. Lo que realmente le horroriza es toparse con un reloj tan riguroso. Si hubiera que atenerse al estándar vetusto de los Sex Pistols, todo rockero mayor de 25 años sería técnicamente un anciano, y por supuesto ya no un rockero.
Los mensajes diabólicos del rock no están ocultos. Basta con asomarse al semblante vacío de una estrella descontinuada para entender que el del trinche y los cuernos es hombre de palabra y a la letra cumple con sus contratos. No sería del todo descabellado aventurar que gente como Kurt Cobain, Janis Joplin y Sid Vicious no hicieron sino romper con el contrato que a tantos en su gremio ha condenado a vivir como zombis memoriosos.
—¿Ha visto a Chrissie Hynde recientemente, colega?
—La vi ayer, en la tele. Una muñeca de 56 con el cuerpo de una viejecilla de 27. Lo que yo llamaría haber firmado un buen contrato.
—Es lo bueno de ser mujer, traen la musa integrada. No necesitan de esa visión femenina sin la cual, por ejemplo, usted mismo estaría invocando al diablo en este momento. ¿Sabe por qué los escritores viven más años que los rockeros? Yo sé lo que le digo: las musas somos dramáticamente más saludables que los demonios. De hecho, no sé si se haya dado cuenta que hace tiempo soy yo quien lidia con ellos…
—Creí que tu presencia los había ahuyentado…
—Soy su musa, colega, no su hada madrina. Los soborno, pero no los domino. Así que no me eche la culpa si cualquier día de estos se acuesta con el cutis de Brian Jones y se levanta con el de Keith Richard, ya ve que a los del trinche les gustan esas bromas.
—Si yo fuera tu padre, te obligaría a hacer buches de agua bendita
—¿Lo dice usted, o está citando a Cat Stevens?