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Stoned again

Por 26 de octubre de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

No sé si sea porque desde siempre me temo carne de diván, pero hasta hoy nunca me había enfrentado a un psicólogo. Siempre me han parecido interesantes, y no bien habla uno suelo guardar silencio y atender, no sea que me quede en la penumbra en torno a cierta parte básica del manual. Pero de ahí a pedirle que me arregle hay gran distancia, pues temo ingenuamente que no quiero arreglarme, y hasta le tengo horror a la salud mental, tomando en cuenta la posibilidad de que instalarme en la plena cordura redunde en una plena esterilidad. ¿Qué haría en ese caso? ¿Meterme a estudiar contaduría?

“Superstición”, sentenció mi psicólogo, el doctor Juan Carlos Muñoz Bojalil, entre las risotadas de los presentes. Estábamos en el auditorio de la Facultad de Psicología, entre estudiantes de ésa y otras ciencias, conversando sobre literatura desde el punto de vista de mi interlocutor. O sea que cuando menos no me iba a cobrar, aunque tal vez con gusto le hubiese pagado, considerando cuánto me estaba divirtiendo. Tal vez me habría gustado salir a la defensa de mis supersticiones, a las que considero parte de mi más entrañable patrimonio sentimental, pero esas cosas no se hacen con el analista, que a diferencia de los críticos literarios me concedía todo el derecho a equivocarme. Y esas cosas relajan a cualquiera, pues pocas situaciones existen tan incómodas como entablar público diálogo con el cuello estirado y el culo fruncido. Andreu Martín me enseñó una expresión idónea para aquellos gravísimos coloquios: misas de tres padres.

Tal vez la próxima etapa de la era Big Brother consista en someterse a pública terapia, como en una sesión de doble A donde todos podrían opinar, y eventualmente echarse a perder mimando los caprichos de Narciso. Y ahora, queridos amigos, una nueva pareja de anales-retentivos nos mostrará sus respectivos esfínteres. Por eso digo que el chiste es comenzar por relajarse, y eso es lo que me gusta de los terapeutas. Su papel es llevar la vida suavecito y su virtud jamás espantarse de nada. Propongo, pues, que en adelante las presentaciones literarias no se lleven ya a cabo con la complicidad de colegas amigos prestos a la exégesis, sino bajo el relajador escrutinio de un psicólogo amante de la literatura. ¿Quién no querría asistir a un strip-tease así?

Por experiencia sé que las presentaciones literarias ayudan poco a reforzar el ego del autor, pues incluso las más concurridas —y sobre todo ésas— no evitan una honda sensación de soledad cuando uno está de vuelta en el hotel y conversa sesudamente con el techo, de paso preguntándose qué hacer con los resabios de tanta intensidad. Lo cual no pasaría si en lugar de salir a emborracharse con otros neuróticos se tomara un café con el psicólogo, ahorrándose los tragos, los honorarios y la resaca a medio aeropuerto. Con el ego en su sitio, además. Dado de alta.

No sé si sea por la terapia de esta tarde, pero me ha mejorado el humor. O será por la luna inmensa allá afuera. O porque en una ventana del monitor tengo, desde el principio de estas líneas, a Joss Stone perturbando dulcemente mi trabajo, arriba a la derecha del procesador de palabras. No dudo que padezca una fijación con Joss Stone. Debí contárselo hoy al psicólogo. Aunque si en realidad quisiera progresar, tendría que ir y decírselo a Joss Stone. ¿O no es verdad, doctor? Are you there, Jossie Darling?

Ñáñaras, llamamos en México a una forma de súbita carne de gallina. Siente uno ñáñaras si a estas horas suena el teléfono y quien llama es la señorita Stone. O si habla de psicólogos y recuerda de pronto que ahora mismo trabaja con un personaje que es, entre otras cosas, terapeuta impostor. Me encantaría armar a un personaje psicólogo, pero me temo que en ese caso el impostor acabaría por ser yo, y eso le jode el ego a cualquiera. En fin, que se me está pasando la mano. Escribo con nostalgia por el diván. Mierda, ahí vienen las ñáñaras.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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