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Sonho Meu / y II

Por 18 de julio de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

Pasada la mitad de los años cuarenta, destacaba un compositor carioca conocido como Maestro Fuleiro, menos por sus canciones que por las de su prima Ivone, que no podía firmarlas y se las endosaba, ya que no era bien visto entre los sambistas que una mujer se diera a componer canciones. Pero ella persistió y terminó firmándolas con su nombre completo: Ivone Lara.

     No muy lejos de ahí, otra carioca acostumbraba cantar en horas de trabajo, sin pensar que algún día pudiera ser aplaudida por nadie más que los patrones de la casa donde por veinte años fue empleada doméstica. Nacida en el principio del siglo XX, hija de esclavos, Clementina de Jesús difícilmente se imaginaba cantando en África y Europa, y hasta entendía que la dueña de casa se quejara a menudo de "sus maullidos". Con 48 años, la tremenda Quelé -la llamaban así sus allegados- se inició formalmente como reina del samba (término masculino, curiosamente).

     Paula Lima -pianista desde niña, imantada más tarde, como cantante ya, en dirección al soul y el funk– tampoco se esperaba una transformación como la que le trajo el siglo XXI. Y pasa que allá está, meciéndose y haciéndonos mecer durante un homenaje ritual que le exige invocar al fantasma de Clementina de Jesús, y más tarde traer al escenario a doña Ivone Lara en persona. Desafíos extremos para otras, tal vez, porque lo que es la Lima se transfigura y entra en el personaje con la elasticidad de una mujer múltiple. Por mucho menos que esto, la Inquisición hacía acopio de leña.

     Estamos bien atrás, pero igual no tan lejos. Cabrán quizá trescientos o poco más en este teatro donde las doce hileras de butacas parecen oscilar al ritmo de la Clementina rediviva que se mira capaz de hacer suyos cualquier canción y estilo, ser otras sin parar de ser ella, poseer el escenario y envolver a la audiencia bajo el látigo dulce de una voz que va y viene a su guapo capricho. Temo que está de sobra detenerse en las dosis de cachondería natural que la diva prodiga como su mismo aliento.

     Sé en realidad muy poco de doña Ivone, y todavía menos de Clementina (de los nueve álbumes que grabó, no queda ni una sombra en las tres tiendas FNAC de São Paulo). Ella, que es brasileña y me acompaña de concierto en concierto, lista para quitarme lo silvestre respecto a estas y algunas otras cuestiones, con trabajos recuerda haberlas visto en la televisión. "Detestaba esa música, de niña", confiesa por lo bajo, evidenciando alguna vergüenza retrospectiva, y acto seguido me recuerda la suerte que tenemos de estar ahora aquí en nuestras butacas, mirando a doña Ivone Lara caminar despacito del brazo de la diva, con sus años a cuestas y el carnaval por dentro, terco siempre.

     Ignoro si estas nupcias de samba, soul y funk evoquen el espíritu primigenio que hizo de Clementina la Rainha Quelé, pero es claro que hay una historia con mayúscula pasando por delante de nosotros, y acaso la mejor constancia de ello sea la electricidad en el ambiente, pleno de aplausos, gritos y carne de gallina. "¡Bravo!", le grito intermitentemente, con la voz cada vez más destemplada merced a la emoción y a esa alegría intensa que va creciendo dentro en esta clase de ocasiones -tan raras, singulares y afectivas que da pena meterlas en un mismo costal.

     No es exageración contar que a doña Ivone Lara el escenario le recarga las pilas. Si la vimos llegar con un esfuerzo casi doloroso hasta alcanzar su silla, diez minutos más tarde se le mira de pie, maciza, bamboleante. Gostosa, que dirían los locales. Y si la Lima no se cansa de recordarnos cuánto le honra cantar junto a la Leyenda, no parece un secreto que a ésta la retroalimentan la presencia y el vocerrón de su nueva heredera.

     Hay cámaras presentes que transmiten en vivo la ocasión, pero las mira uno con cierto desdén. Ninguna de ellas servirá de mucho para atrapar la magia de la diva contoneándose al lado de la leyenda en el nombre de aquella reina ausente, si bien las grabaciones que en cuestión de unas horas estarán ya presentes en uTube me dejarán al menos comprobar que nada de esto ha sido sólo un sueño. A la salida, abrazo a mi princesa con la epidermis aún electrizada y ella, que mejor que yo sabe dónde está parada, levanta el índice y señala en lo alto la Cruz del Sur.

     –¡O Cruzeiro do Sul! -añado, redundante, por el puro placer de decir cualquier cosa en el lenguaje de la cachondería cósmica y extender esta magia en cualquier dirección. Odiaría exagerar, mas en estos momentos no hay estrella que insista en parecer distante.

 Mítica Clementina.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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