Xavier Velasco
Es domingo en São Paulo, son ya más de las seis de la tarde. El Shopping Higienopolis no cuenta con un solo café internet, pero hay a la entrada una suerte de bistro cuyo menú también ofrece tarjetas para conectarse sin cables. Abro la MacBook sobre la mesa, listo para subir un texto al blog, mientras ella se tira un clavado en las carteleras de la Folha de São Paulo. Parece un poco tarde para darse a tejer un plan ambicioso, mas ella juzga que es aún temprano para dejar morir la última esperanza. Y ahí está, tenue como los restos de la luz del día pero cierta como una estrella distante: Paula Lima en concierto en el SESC Santana.
Leo y me quedo tieso: es a las siete y media, falta una hora para que empiece. La veo desenfundar el celular, marcar el número, preguntar y obtener la respuesta temida: hace ya cinco días que se vendieron los últimos boletos. Ella me mira como quien no quisiera decirle al niño que Santa Claus no va a poder venir. ¿Y si lo intentamos?, pregunto, y ella aprovecha para recordarme la noche en que logramos ver a Toquinho en el SESC de Vila Mariana, a fuerza de acosar a los que iban llegando. "¿Le sobra algún boleto?", es la pregunta mágica de quienes nunca planeamos nada con tiempo y lo apostamos todo a una suerte que al fin suele favorecernos. El problema es que Santana está lejos, en los meros suburbios de la ciudad. Nos miramos con ojos centelleantes: Paula Lima bien vale un lance intrépido.
Cuando llegamos son las 7:28. Casi todos los asistentes ya están dentro, afuera quedan unos cuantos tercos, dos de los cuales corren a preguntarnos si de casualidad nos sobra algún boleto. Conforme van pasando los minutos, la esperanza adelgaza descorazonadoramente. Peor todavía ahora que nos hemos enterado del cartel completo: Duas historias, uma saudade: Paula Lima – Ivone Lara. La diva paulista y la leyenda carioca. ¿Nos vamos, de una vez? De ninguna manera. Ahora menos. Bajamos por la rampa, hasta la entrada del auditorio. Somos en total seis los que miramos hacia las puertas de cristal que nadie habrá de traspasar sin un boleto en la mano, pero ni así aceptamos capitular. Fe, que le llaman a esta forma de terquedad que pese a todo espera y de un momento a otro resplandece sin motivo aparente. ¿Será que el breve fajo de boletos que brilla entre las manos de la empleada del SESC puede acabar cayendo en nuestras manos?
Yo no sé si la fe mueva montañas, pero a veces consigue lo inconseguible. A ver quién va a creernos que entramos sin pagar un centavo. Aún atónito, leo en el boleto y encuentro la palabra cortesía. La mujer nos ha dado las entradas por nuestra triste cara. Dos minutos después ya estamos en presencia de Paula Lima. Hasta atrás, pero adentro. Luego la voz se encarga de llevarnos a otra parte. Una garganta honda y corpulenta que de pronto recuerda a Sarah Vaughan apandillada con Sergio Mendes en el Brazilian Romance. Pero esto va más lejos, al punto que propulsa las cancioñes añejas de doña Ivone Lara y vuelve a dibujarlas con una suculenta elegancia…
(A como van las cosas, algo se nos derretirá muy cerca de la médula cuando diva y leyenda entonen Sonho Meu.)