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Sobre las alas de Indra

Por 25 de septiembre de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

En la orilla final del reciente equinoccio de otoño, Tomás López Durán conducía un autobús de pasajeros por la carretera México-Tulancingo -también útil para llegar a las pirámides de Teotihuacán, que de noche dan miedo como todo lo que es inmenso y oscuro- cuando vio en su camino a una elefanta. Ya demasiado tarde para eludirla, estrelló fatalmente el autobús contra el cuerpo de cinco toneladas de Indra, que había conseguido escapar de su celda en el Circo Unión y trataba de atravesar la carretera. Según la información, antes de perecer junto a Tomás -entre los pasajeros sólo hubo lesionados y atónitos- Indra había pasado por un par de pueblos, donde evidentemente nadie atinó a detenerla, tal vez desconsolada por las dificultades insalvables que un paquidermo encuentra en este mundo ínfimo para evadirse hacia ninguna parte.

     La pregunta sería digna de un koan: ¿Qué haría usted si fuera un elefante y lograra esfumarse del odiado circo? Suele uno solidarizarse a la distancia con los furtivos, más todavía cuando sus probabilidades de éxito son pequeñas o nulas. Vista así, ya la fuga en sí misma es exitosa, pues representa el triunfo de la autodeterminación sobre la indignidad del cautiverio. (Da pena imaginar la vida plana de quien jamás logró -y quizá no llegara ni a pensarlo- escabullirse de situación alguna.) Nadie, por otra parte, quisiera estar en el lugar de un animal de cinco toneladas huído de su jaula hacia una realidad donde nunca conseguirá esconderse, pero todavía menos apetecible parecería vivir puertas adentro de un circo donde no hay aventura concebible, y ni siquiera la mínima opción de hacer de cuando en cuando lo que te venga en gana.

     Por más, pues, que le falten a uno varios miles de kilos para ubicarse en el pellejo de Indra, no es tan difícil imaginar la clase y el tamaño de las sorpresas que el pobre animalito se llevaría durante los minutos que siguieron al instante en que derribó la puerta de metal del circo y salió a correr mundo. Si, como se ha sabido, los elefantes tienen la facultad de distinguir sonidos en un radio cercano a los veinte kilómetros, calculemos la cantidad de información que llegaría hasta los tímpanos de la elefanta, en su celda de secuestrada vitalicia. Tentaciones inútiles, rebanadas de escarnio cotidiano.

     Puesto en lugar de Indra, que al morir ya pasaba de los cuarenta años -la tercera edad, en los elefantes- supongo que al final habría hecho lo mismo. Escapar sin un plan ni menos un destino, afirmarme una vez en el nombre de todas, ser en mí y para mí durante el último día de mi triste existencia, que con toda certeza me sabría como si fuera el primero luego de tantos años de vivir lo que nadie en sus trece apodaría vida.

(Suena atrás la canción: …mejor arder que desvanecerse.)

     No esperaría Indra terminar arrollada por una mole aún más pesada que ella, como tampoco se figuraría Tomás López que encontraría una muerte así de extravagante. Antes de hacer esfuerzos para entender qué diablos hace una elefanta en media carretera, valdría preguntarse qué carajos estaba haciendo en un circo. La pregunta que Indra seguramente nunca consiguió responder.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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