Skip to main content
Blogs de autor

Permiso para leer

Por 25 de octubre de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Uno entiende que un libro es importante cuando contrae con él una deuda impagable. Sólo que a diferencia de otros débitos, éste no mortifica, y hasta abundan los casos en que dignifica. Esto último lo constato de memoria: “El estarse muriendo de ganas de que le llamen a uno por teléfono y darse el gustazo de no contestar es prueba de respeto por sí mismo.” Cuando llegó a mi vida la novela que acabo de citar, merced a un accidente de la fortuna que puso frente a mí un paquete para otro destinatario, apenas si tardé en asumir que no había opción más digna que huir con ella oculta de inmediato.

     Unas cuarenta páginas más tarde, ya embebido, reivindicaba el hurto ante mí mismo aduciendo que en realidad la novela me había robado a mí. Hasta donde recuerdo, más tardé en alcanzar el segundo capítulo que en aprenderme el título completo: Cuaderno de navegación en un sillón Voltaire: I. La vida exagerada de Martín Romaña. Era uno de esos libros que pasan frente a uno como lo haría una mujer intempestivamente indispensable, y nos colgamos de ellos como de la cintura de esa ninfa sin la cual ni la Gloria parece interesante. La narración chisporroteaba, literalmente, y uno brincaba de la carcajada al asombro presa de una empatía similar a la de una amistad que nace a media cárcel. Sólo un tequila doble se habría hecho entrañable en menos tiempo.

     Ahora bien, si a las entrañas he de referirme, no me atrevo a ignorar Un mundo para Julius, una de esas novelas cuya lectura pronto se convierte en un acto consciente de atesoramiento (recuerdo haber besado repetidamente la cubierta de cuatro libros: La inmortalidad, de Kundera, El retrato de Dorian Gray, de Wilde, La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa, y éste). Costaba algún trabajo creer que el autor de Julius fuese el mismo que el de Martín Romaña, pero no bien acabé de cranearlo me vi sumando deudas con interés compuesto y extendiendo el crédito de un narrador agudo y un hombre taciturno que respondían al nombre de Alfredo Bryce Echenique.

     Hace casi un par de años, en esa disneylandia literaria que es el lobby del Hilton de Guadalajara durante la Feria Internacional del Libro, vi salir a Juan Cruz del elevador, acompañado justamente del narrador que tantas veces me había sacado del presidio de la realidad. Bryce Echenique Live. ¿Cómo explicarle que éramos viejos cómplices? Lo sabría, supongo, toda vez que una gran cualidad de sus escritos está en hacer de lectores compinches (no en balde en la dedicatoria de La vida exagerada…, el autor certifica que “uno escribe para que lo quieran más”). En todo caso, la complicidad creció. El tipo era un tipazo, pero igual resistí el legítimo impulso de pedirle que hablara largo y tendido de Octavia de Cádiz; así como el de confesarle solemnemente que en sus cuadernos de navegación —el rojo, el azul— encontré tantas risotadas convulsivas como francas y añejas dolencias del alma.

     Desde entonces, y en realidad mucho antes de entonces, a Bryce le creo virtualmente todo. Soy su lector asiduo y agradecido, de modo que no tengo el motivo ni las ganas de sumarme al pelotón de fiscales que ahora le piden cuentas como si alguna vez lo hubieran leído. Francamente no sé qué sucedió con el reciente entuerto periodístico que tanta saña ha suscitado en su contra, ni me provoca husmear en la basura. Le creo y ya. No tengo que firmarlo, ni que apostar por ello, ni que sacar la cara por una obra entrañable y espléndida que en consecuencia se defiende sola. Bien harían en acercarse a ella sus detractores de ocasión.

     Ignoro si algún día vuelva a verlo, mas persisto en citar la deuda que nos une. No sé cuánto le debo, aunque es bastante para vivirle agradecido, más allá de las furias jacobinas de tantos indignados no-lectores. No soy fiscal, ni detective, ni alcaide. Por el contrario, y como ya lo he dicho, en repetidas ocasiones me valí de la escritura de Alfredo Bryce Echenique para escapar del cautiverio de la realidad. Desde ahí y hasta el fin, suyo es todo mi crédito.

profile avatar

Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

Obras asociadas
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.