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Peligro: estándares desviados

Por 11 de octubre de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Pues sí, me contradigo. Creo además que tal es el trabajo del narrador, que a diferencia de políticos e intelectuales reclama su derecho a la incongruencia, ya que sin él difícilmente podría hacer lo suyo. Hay por supuesto quienes tienen por orgullo haber pensado siempre lo mismo, pero algunos creemos que ello implica pensar sólo una vez, y a partir de ese punto ya sólo autocitarse. ¿Qué es cool y qué cursi? Temo que la respuesta a tan vana pregunta es susceptible de modificarse cada cinco minutos, pues nada como el tiempo cambia la forma y percepción de los estándares. Lo que hace pocos años parecía ingenioso no ha tardado en hacerse lugar común, y lo que era meloso cualquier día despierta convertido en clásico. ¿Qué sería de Travolta sin Tarantino? Pero si el tema son los estándares, me permito acudir a uno muy personal, que ante algunos me exhibe como kitsch y a mí me da el placer de desafiarlos: ven a mí, Linda Ronstadt.

Antes de ella, poco o nada sabía de estándares. Tenía un álbum de Billie Holiday, escudado en el dato de que había sido heroinómana y eso la hacía so cool, pero la aparición de Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald en mi vida hasta entonces gobernada por Pixies y Banshees, me dejó una profunda comezón por los hermanos Gershwin. Y en eso me topé con For sentimental reasons, aquel álbum donde la linda Linda interpretaba no sólo a George e Ira, sino también a Rodgers y Hart. De los cuales sabía poca cosa, exceptuando que Lorenz Hart había muerto víctima de un alcoholismo tenaz y ambos eran autores de My Funny Valentine, cuya versión en labios de Nico ya desde entonces me sacaba las lágrimas. No bien cayó en mis manos, me fui a vivir al disco de la Ronstadt.

No pude dormir, ni quise dormir, cuando Amor vino y díjome que no debía dormir, rezaba otra canción de Rodgers y Hart, y mientras mis amigos le vendían el alma al grunge, yo me movía de la escena merced a unos audífonos que me llevaban tan lejos de allí que tardaría algunos años en volver. Cierto es que en ese lapso Linda se aprovechó de mí, aunque jamás tanto como yo de ella. Según los oficiosos anticursis que a menudo me criticaban de sólo ver una de las portadas de las tres joyas que la Ronstadt grabó con la orquesta de Nelson Riddle —nunca las escuchaban: alguien podía verlos— me había convertido en poco menos que un degenerado, y muy justo es decir que tales opiniones me honraban y envanecían igual que alguna vez lo habían hecho las de mis mayores ante las epatantes portadas del duque Bowie.

¿Qué necesidad tenía una cultivadora consumada del country de meterse a grabar estándares? La misma que después la llevó a convertirse en una extraordinaria cantante de ranchero, asumiendo en cada aventura riesgos tan grandes como pródigos serían los frutos. ¿Cómo entonces no verse en idéntico trance cuando alguien se extrañaba de que uno considerase tan cool lo que un día, siguiendo a la manada, se atrevió a etiquetar como cursi? Para más y mejor confusión, quienes se miren escandalizados por la osadía retro de la tremenda diva bien harían en asomarse a lo que una ultracool como Amy Winehouse ha hecho con la Ronstadt y su antiquísimo You’re No Good.

Fuera definiciones: ninguna sirve cuando se trata de saltar la barda y averiguar lo que hay del otro lado, no sin la excitación de quien teme ser reprobado por los otros; un premio inmerecido que siempre se agradece, pues tiene la virtud de aumentar el placer de dar el salto. Escribo estas palabras escuchando la voz de Nnenna Freelon cantando una versión de esa misma ‘Round Midnight que en un día dichoso redescubrí por intermedio de la intrépida Linda. Esto es, por estrictas razones sentimentales. Mismas que hasta la fecha me siguen visitando y a veces me convencen de escribir una carta de amor. Que es justamente, creo, lo que acabo de hacer.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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