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Blogs de autor

Me acuso de haber blogueado / I

Por 18 de septiembre de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Todavía no sé qué diablos es un blog. Se parece a escribir en las paredes, sólo que sin paredes, ni restricciones, ni tan siquiera el anonimato del que suele gozar quien escribe un versito obsceno en algún baño. No, al menos, en el caso de quienes tenemos aquí mismo nuestra carota impresa en la pantalla. Hará unos pocos días que una amiga me confesó su deseo secreto de echar a andar un blog, zancadillado por el miedo a desnudarse en él. Que en el fondo es la tentación más grande: escribir confesándose, soltar allí las cosas más privadas, decir lo que uno sólo le diría a un absoluto desconocido en cualquier bar de paso. Incriminarse, a ultranza y sin motivo.

¿Cómo se hace para escribir un blog y aún así preservarse? No tengo la menor idea. En apariencia, el recurso de la ficción sirve para ocultarse y mantenerse a salvo, pero tal ilusión difícilmente dura más allá del tercer párrafo. Puedo ocultar muy bien lo que hice ayer o lo que haré mañana, pero no a los demonios que se agitan detrás de las palabras. Empecé, hace algo más de dos meses, decidido a fundar un espacio independiente de la vida diaria, pero muy pronto me topé con que el animalito padecía una suerte de hambre carnívora que sólo se saciaba con pedazos de mí. Pobre de aquél que crea que se puede escribir impunemente.

Además, nunca está uno solo. Cada día aterrizan los comentarios más inesperados —casi todos lo son, por cierto— y ahí tampoco cabe la impunidad. No puedo responderlos, aun si la tentación llega a ser grande, pues si así fuera acabaría dejando la vida entera aquí. Pero los leo con la voracidad extraña de quien ha cometido una fechoría y regresa al lugar del crimen a ver los resultados de su gracia, y con frecuencia se me quedan bailando entre los pabellones del encéfalo. En ocasiones, cuando no hay comentarios, es el silencio quien alza los brazos, decidido a llamar mi atención.

Quiero insistir: aun sin comprender su naturaleza, intuyo que se trata de un animal, y no dudo que sea el mismo bicho que va tras los asiduos y los hace volver. Es como si nos viéramos a diario en un café, sólo que sin café y, claro, sin mirarnos. De pronto juego a reconocer los estilos mientras tapo los nombres, como los habitués de las cantinas ubican las costumbres de los otros, y ello curiosamente me reconforta, puesto que armar un blog es en el fondo un quehacer solitario que agradece en silencio la compañía. Pero también es una ventana por la cual uno consigue asomarse hacia afuera de los barrotes de la realidad.

Es un quehacer ilógico, el del blog. ¿Qué hago ahora mismo, tres de la madrugada en Rio de Janeiro, a orillas de la cama con el teclado sobre las piernas y una princesa de carne, hueso y alma que rehúsa ser nombrada dormitando a algo más de un metro de distancia? ¿Por qué lo dejo todo, del sueño a los abrazos, por darle de comer a la fiera sin rostro que me apergolla? ¿Debería ir atrás en este par de meses, desnudar a la musa abandonada y arrancarme yo mismo la piel, a ver si el animal nos deja en paz? Pero tampoco quiero que me suelte, ni he de soltarlo yo. Creo, insensatamente, que el vicio de escribir consiste justamente en hacer lo que no se debe, ni se espera, ni se comprende. Uno a veces escribe sólo para saber de qué quiere escribir.

Rara vez sé o decido de qué tratará el blog del día siguiente, igual que en las novelas y los amores uno ignora la ruta y la intención. “¿Cuál es la intencionalidad del autor?”, solían preguntar los maestros en la carrera de Letras, y a uno le daban ganas de sugerir que al tal autor se lo estaba llevando la mierda, o que era ilusamente dichoso, o que —lo más probable— tampoco tenía idea de esa pomposa intencionalidad que tantos falsos doctos le atribuían. Sé, y eso ya es demasiado, que ahora mismo querría ser un anónimo vándalo, colgarme algún seudónimo a la medida y escribir aquí mismo algún versito obsceno, como quien deja un beso “a quien corresponda” y acto seguido escapa del lugar de los hechos. ¿Quién necesita, al fin, saber mucho más que eso?

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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