Xavier Velasco
Nunca entendí muy bien de qué diablos hablaba aquella canción, pero igual era una de mis favoritas. No sabía por entonces que su autor acostumbraba garabatear decenas de líneas más o menos conexas, recortarlas una por una y acomodarlas de forma tramposa para darle sentido a la canción, o en su caso para que no lo hubiera en absoluto, y eso ya habría sido un manifiesto estético. Pero al fin eso era, no en balde aún hoy sigue creciendo la legión de los que en su nombre tomamos los hábitos. Alguna pieza interna debe de haberse roto la noche que Five Years me voló la cabeza, porque ya nada volvió a ser como antes. Si ahora mismo enfrentara a un jurado por abrir un boquete en la realidad y negarme a seguir sus instructivos, culparía directamente a David Bowie y aportaría como prueba fehaciente The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars.
Según confesaría Bowie años más tarde, todo el Ziggy Stardust, de Five Years a Rock’n´Roll Suicide era una pura abstracción falsificada: plástico vil. Lo cual no hace sino llevar más agua fresca al molino de su creador, pues por un lado ya quiero ver quién más puede hacer eso con el plástico, y por el otro habría que preguntarse si el término creador viene a cuento en el caso de quien no quiere ocultar su orgullo de falsificador. ¿Es realmente Five Years la descripción de un sueño, como le contó Bowie a la conductora Dinah Shore? No hay forma de saberlo, puesto que amén de amar la falsificación, el interfecto suele divertirse declarando mentiras y verdades alternadas, no pocas veces sobre el mismo tema.
“Y hacía frío, y llovió, y me sentí un actor”, relataba Five Years y uno ya se miraba sobre el escenario, jugando como Bowie a ser otro, y otro dentro de ese otro, afiliado a la idea romántica de que quien juega debe jugárselo todo, comenzando por la identidad. Creo desde entonces que escribir es actuar, meterse en otra carne aunque sea de plástico, parirse y permitirse cualquier cosa sin otro límite que una verosimilitud configurable. Mentir para poder decir la verdad, cualquiera que ésta sea y dondequiera que esté cocinándose. ¿A quién le importa al cabo la verdad, si nadie está seguro de conocerla?
Conozco cada una de las palabras del álbum tal como la maestra de catecismo esperaba que me supiera el Santo Rosario. Cada vez que las canturreo, a solas y en voz baja por mera gratitud hacia el autor, es como si estuviera recitando una declaración de principios, a través de la cual me comprometo a prestar cuerpo y espíritu a cada uno de mis engendros, por más que los deteste, o los admire, o los entienda a medias, y si acaso dan asco nada he de querer tanto como ser repugnante y provocar náuseas. Los verdaderos personajes no se dejan crear —viven, como quería Camus, sin apelación, y uno elige creer que existen desde siempre— pero de pronto aceptan ser falsificados.
(“Falsear o adulterar algo”, ilustra el diccionario en torno el verbo falsificar, y añade: “Fabricar algo falso o falto de ley”. ¿Y qué pasa cuando uno se preocupa asimismo por fabricar la ley? ¿A partir de qué punto una falsificación triunfante se convierte en genuina? ¿Y si mejor empleáramos el verbo forjar, que por igual permite referirnos a ensoñaciones, embustes o artes manuales varias?)
Al forjador de Ziggy Stardust le parece curioso que los villamelones todavía lo apoden “Camaleón”, cuando estos animales cambian de aspecto buscando asemejarse al paisaje, y él se ha desvivido por intentar lo opuesto. Lo mismo pasa con los falsificadores, pero es que así son las artes manuales: empieza uno imitando a la realidad vil y termina eludiéndola, por mentirosa. Con lo cual se condena a vivir saltando entre las dos, con el obvio propósito de hacerlas confundibles entre sí, pues una vez que abrió el boquete en el muro ya no se resigna uno a vivir sin ventana. Y si es de plástico, mejor todavía.
Vídeos de pie de página (Five Years en 5 tomas):