Xavier Velasco
I. Los discos duros no cantan.
Se habla mal y a menudo de la deshumanización de las personas, aunque bastante menos y casi siempre con simpatía de la humanización de las máquinas. Abundan, además, los cándidos que se solazan hallando toda suerte de coincidencias huecas entre el reino de las tinieblas y el imperio de William Gates, en tanto los dominios de Steve Jobs gozan de inmunidad plenaria. Si nos diéramos a seguir la estricta lógica de estas supersticiones prepúberes, arribaríamos a una conclusión optimista: el demonio, que de siempre se arroga el papel de eficiente y genial -¿alguien confundiría una tontería inoperante con una "idea diabólica"?-, se entrega a fabricar sistemas defectuosos asociados a máquinas frecuentemente disfuncionales, mientras su competencia celestial se esmera diseñando aparatos, aplicaciones y accesorios cuyo funcionamiento es poco menos que impoluto.
No vayamos más lejos, desde su mismo sitio web, el mundo Mac alardea elegancia y funcionalidad. Su sistema de ventas es sencillo y preciso, compra uno cualquiera de sus aparatos en un par de minutos, y pocos días después los recibe en su casa, perfectamente envueltos en un empaque de por sí seductor, sin pagar un centavo de más. Todo funciona, todo tiene sentido, nada evoca el rencor cotidiano que une al usuario con su PC. Excepto cuando se le ocurre a uno plantar un Microsoft Word en su MacBook, y he aquí que la máquina cuasihumana comienza a desplegar actitudes bestiales. Nada molesta más al usuario contento de una Mac como sentir que está de vuelta al frente de una Compaq.
¿Qué es al fin más diabólico, el logrado perfeccionismo del mundo Mac o la ya proverbial ineficacia de Windows? ¿Cabe pensar en un infierno tan mal administrado que es incapaz de producir siquiera ideas diabólicas?
Mañana: II. ¿Sueñan los ratones con usuarios binarios?