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Blogs de autor

¿Fuera burkas?

Por 29 de febrero de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

A la escritura, como al amor, poco le ayudan las facilidades. Un narrador comodino no es mejor que un amante abúlico, pocas ideas parecen tan repelentes como mezclar los besos con los bostezos. ¿Quién, que no sea un tramposo de muy barata estofa, querría sentarse a escribir un libro fácil? ¿No es verdad que es precisamente en los escollos donde la historia encuentra necesidad, origen, flujo y derrotero? Pero si la facilidad está sobrevaluada por los conformistas, no lo ha sido menos la libertad total por los inconformistas. Escribir sin obstáculos ni restricciones puede ser el infierno en la tierra, y al cabo aburridísimo como todos los juegos carentes de reglas.

     Es posible que la mayor complicación de un texto consista en encontrarle límites y reglas, de manera que en la versión final nada falte, ni sobre, ni estorbe. Pocos artistas lucen tan patéticos como aquellos que pretenden romper las reglas convencionales y no tienen con qué sustituirlas. Destruir mundos es fácil, lo complicado es darse a alumbrarlos de manera que no se derrumben al primer soplido. Y ello exige ajustarse a reglamentos íntimos, renunciar a las tentaciones suicidas del narrador -quien no tendría más que romper sus propias reglas para meterse un plomazo en la sien-, perseguir a la historia con la amorosa incondicionalidad de un romántico extremo.

     Teóricamente, un blog es territorio libérrimo. Puede hacer uno en él cuanto le venga en gana, pero la diversión empieza una vez que se ha echado a andar el mecanismo, y con él los obstáculos, límites y reglas que dan sentido al juego de bloguear. En mi caso, me atraen las zonas negras: esos espacios de misterio parcial o absoluto de los que se alimenta el mutuo morbo, como ignorar el nombre, la pinta y el carácter de los visitantes, y sin embargo convivir con ellos en una suerte de promiscuidad mental de la que casi nadie más tiene noticia. Cada blog es un pueblo de casas sin ventanas, ni puertas, ni rendijas casi. Un pueblo cuyos habitantes se conocen por medio de cartas anónimas y quién sabe si apócrifas. Una cueva platónica llena de monitores y teclados, donde el solo mirar hacia los lados merecería la pena capital.

     Desde aquí, los probables lectores y colaboradores de este blog se miran como sombras dentro del monitor. Yo, a mi vez, elijo trabajar en el espacio negro del titiritero. La misión del autor consiste en esconderse, aun y sobre todo cuando se exhibe. Escribo para exhibirme, corrijo para esconderme. Y aprecio especialmente que al otro lado se miren asimismo varios agazapados. Esta limitación -no conocerlos más que por apodo- me permite excederme en un sentido y contenerme en otro. Puedo ir lejos en la experimentación, en la medida en que la idea quepa dentro del juego y se ajuste a sus reglas particulares.

     ¿Encontrarnos?, dudé, cuando leí la invitación en uno de los comentarios -tampoco me acostumbro a llamarlos post-, y en un tris resolví que era esa una propuesta indecorosa. Es decir, una invitación a la obscenidad. Se supone que estamos escondidos, romper con esa regla sería un atentado contra el juego mismo, seguí craneando, pero al cabo sonaba como una travesura. Romper las reglas por una noche, luego volver a hablarnos de perfil, sin jamás intercambiar un e-mail, cuantimenos una llamada telefónica. Como los cómplices que pintan las paredes. Puesto en términos simples, una noche sin burka.

     El sábado pasado nos encontramos, en una rara mezcla de blind date y gang bang, aunque en la más estricta castidad. Fue algo muy similar a un shock múltiple del que este blog aún no se repone. Cómo romper las reglas de una diaria ficción y no suicidarnos en masa en el intento. Quiero creer que nunca me atreví, pero nueve horas no se ocultan fácilmente. Tengo, además, un cd, un dvd, varias fotografías y una gratitud múltiple que me señalan como infractor. De vuelta tras las faldas de El Boomeran(g), cuento con la película y el cd para salir del pasmo y volver a mirarlos a todos como sombras y reptar sigiloso por entre las trincheras, que al fin tal es el juego y tales sus misterios.

    Alguna vez, de niño, pude ver unos cuantos capítulos, que ya entonces me parecían viejísimos, de la serie En la cuerda floja, donde el actor Mike Connors encarnaba a un policía infiltrado en el hampa, que al final del capítulo escapaba en la confusión. Según entiendo el juego, mi trabajo consiste en cometer el desaguisado y esfumarme en mitad de la confusión. Intentar, atentar y ojalá que tentar. Andar también a tientas y en la penumbra enviar señales de humo. Complicarse la vida. Esconderse. Escaparse. Emboscarse. Jugar.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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