Xavier Velasco
XVIII. Se trasplantan agallas.
Se mira uno a expensas de la tiranía cuando volver a ella le hace sentir alivio. No es, como sugieren tantas almas blandas, que la víctima sufra para así darse gusto, ya que una verdadera tiranía provee tanto el pesar como el consuelo. Técnicamente es imposible ser infeliz veinticuatro horas diarias. Incluso la desgracia más avasalladora deja alguna rendija para la alegría, y quién sabe si no sólo por eso la hace más disfrutable que de costumbre. Nadie como el tirano se interesa en sembrar la impresión ilusoria de que la pena vale su peso en esperanza; su talento consiste no tanto en castigar, que es cosa simple, como en saber poner a una compensación la etiqueta vistosa de recompensa. Según la Corleonetta, el secreto consiste en reducir las expectativas ajenas a su mínima expresión. Una fórmula simple que de antemano multiplica la gratitud. ¿O no es verdad que un favor del tirano se recibe con lágrimas de dicha?
-Prométeme que no vas a enojarte si me da por contarte la verdad -Apolonia Zarur acompaña la melcocha picante de su aliento, que sopla a poco menos de una pulgada del oído de Segismundo, con un rasguño quíntuple en su zona blanda. Sin sangre aún. O como lo pone ella: todavía con cariño.
-Soñé que estaba cojo. Todavía siento la pierna dormida -cada pocos segundos, como un tic, Segismundo levanta la cabeza para estar bien seguro que sus extremidades siguen ahí-, no estoy seguro ni de estar despierto.
-¿Y quién sí, Tigre?
-Siento como si fuera un espectador y viera desfilar uno por uno a los personajes de la obra. Haz de cuenta que actuaran todos para mí. ¿Tú tampoco te enojas si te digo que no sé a quién creerle?
-Mira, guapo, es verdad que nos hemos divertido contigo, pero ha sido por una razón. Había que salvarte la vida, ¿sí?
-¿Qué me pasó, Apolonia?
-Nada, si lo comparas con lo que puede pasarte. Además, ya te dije que la espectadora soy yo. Y no me veas así, que no fui yo quien pidió que te anestesiaran el pie.
-¿Para qué? ¿Con qué objeto?
-Con una jeringa, me parece. Y ya no chilles, que no te han hecho nada. El doctor opinaba que había que cortarte la pata, para tenerte más bajo control. Mi papá fue quien tuvo la idea de que bastaba con una silla de ruedas para que parecieras inofensivo, pero antes quería ver tu reacción. Saber si, como dijo Morazán, ya habías aprendido a negociar.
-Ya acepté todo, voy a hacer lo que digan. ¿Qué más quieren ahora?
-Te lo dijo Mauricio, pero ya no te acuerdas. Se supone que te están preparando. Psicológicamente, según mi papá. Cree que puede volverte valiente -las uñas suben, vibran, bajan, hacen el daño apenas necesario para causar resuellos, nunca gritos.
-¿Para qué me preparan, Corleonetta? No tengo miedo, sólo quiero saber.
-No sé si debería. Si mi papá se enoja, la va a agarrar contigo… -esas solas palabras, se teme Segismundo, bastan y sobran para sanar su alma.
-Pruébame, Corleonetta -se engalla, se incorpora, la toma de los hombros, si bien no por eso alza la vista de sus piernas-. Nada de lo que digas me va a asustar.
-A ver si es cierto, Tigre… Cuéntame, ¿te emociona que uno de tus riñones vaya a ir a dar al venerable tórax del Comandante?