Xavier Velasco
XVII. Donde la estrella es usted.
-Perdóneme, Don Alex, yo no quería… -la voz se oye entre aguda y cavernosa, como un clarín en labios de un principiante.
-Ya está volviendo en sí. A ver cómo lo toma -el hombre de la bata se apresura a ajustar las correas que inmovilizan las extremidades del enfermo.
-No es cosa de opinión, doctorcito. Se es generoso o se es un díscolo de mierda. Pero yo estoy seguro de que nuestro amigo Andersón tiene un corazón grande. Dijo mi nombre, ¿viste? -Alejandro Zarur rebosa buen humor, especialmente ahora que el proyecto avanza.
-¿Yo? -conforme abre los ojos, Segismundo Andersón empieza a comprender que no ha hecho más que mudar de pesadilla, sólo que en ésta no puede moverse.
-Buenos días, campeón. ¿Puede probar champagne, mi doctorcito?
-No lo aconsejaría, Don Alex.
-¿Por qué estoy amarrado? ¿Qué tengo? -más que del puro miedo, Segismundo se quiebra de ansiedad. Por los ojos que le echan los presentes, espera ya una pésima noticia.
-Tenés plata, Andersón, y vas a tener más. Pero antes de eso hay que comprometerse, ¿ya? Por lo que veo, me sos fiel hasta en sueños, y eso tiene un valor. Sólo que hay que probarlo de este lado, ¿entendés?
-¿Qué me hicieron?
-Bravo, Andersón, qué pregunta tan buena que nos has lanzado. ¿Qué querés que te diga? Usted, doctor, explíquele.
-Le salvamos la vida, señor Andersón, tiene usted que sentirse muy bien por eso.
-¿Y por qué no tendría que sentirme bien?
-Digamos, Andersón -la mano de Zarur alcanza el hombro izquierdo del enfermo-, que la buena noticia es que vas a poder caminar, aunque con una ayuda, que por supuesto te vamos a dar. Más allá de tu plata, claro.
-¿Qué me pasó, Don Alex? ¿Qué tengo?
-Tenés la garantía de mi amistad, campeón. Cuando acabe todo esto, vas a tener una prótesis de primera.
Segismundo se agita, vocifera, berrea, pero apenas si logra moverse. En su desazón súbita, revisa mentalmente sus dos piernas y comprueba que siente la izquierda dormida. Gracias a los catéteres en ambos brazos, más tarda en descubrirlo y horrorizarse que en caer otra vez narcotizado. Cuando despierte, unas horas más tarde, lo hará muy lentamente y no del todo. En lugar de Don Alex y el doctor, estará a solas con el facilitador Mauricio Morazán, que sostendrá con él una de esas conversaciones incongruentes que sólo caben dentro de los sueños. Encarecidamente, Segismundo suplicará a Morazán que le devuelvan su pierna perdida, y éste le pedirá por condición que le entregue uno de sus dos riñones.
-Solamente un riñón, a cambio de una pierna. ¿Cómo ves esa ganga, amiguito? -le canta Morazán otra vez al oído, varias horas más tarde.
-¿Qué me pasó, Mauricio, quién me cortó la pierna?
-¿Cuento con tu riñón?
Hace ya varios días y noches emborronados que a Segismundo Andersón se le enciman los sueños y los recuerdos, a saber cuántas cosas le habrá inyectado el hombre de la bata. ¿Qué quieren de él? ¿Sus órganos? ¿Quiénes venían en aquella ambulancia, que se reían tanto como las voces que ahora lo rodean? ¿Se ríen de él, tal vez? Se rasca la cabeza, sin pensarlo. Deduce así que ya lo desataron. No quiere abrir los párpados, pero podría jurar que está moviendo los dedos del pie izquierdo.
-Allí tienes tu pierna, amiguito. Cuando despiertes bien, hablamos del riñón.
-Dime que es una pesadilla, Mauricio.
-¿Sabés cuál es el lado amable de las pesadillas, campeón? -finalmente Don Alex paró de reírse; ahora da dos pasos adelante para mirar de cerca a Segismundo- Que la estrella sos vos. Mirá nomás que pinta de súperstar. Sonreí para el público que te quiere, decí que nos debés todito lo que sos…