Xavier Velasco
XI. Y además caminan.
No es que unos muslos sean de por sí mandones, sino que se hace uno mandar por ellos. Desde que volvió a verlos, ya a sabiendas de su carácter pernicioso, Segismundo Andersón no ha querido sino rendirse a sus sacros tobillos. Si antes llegó a pensar en eludir el destino que ya le habían impuesto, ahora hace lo que sea por colgarse en él con tal de no soltarse del par de piernas que le dan sentido. Matar a un dictador, se dice hoy Segismundo, es poca cosa si se realiza en nombre de esos piernones. Vamos, que por tenerlos y ya nunca perderlos sería capaz de acuchillar al pequeño Eliancito con todo y familia.
-¿Qué tanto te preocupa, Tigre? -la Corleonetta tiene este raro gusto por todo lo atigrado, Segismundo la sueña con las extremidades arbóreas brotando de una piel de tigre fucsia.
-Dicen que huelo a muerto. ¿Tú qué crees? -no le es fácil hacerse escuchar, con mandíbula y cuello apergollados por unos muslos así.
-Creo que no han olido el tufo de Fidel. Cuentan que trae aliento de mausoleo. Cada noche hace buches de formol y ni así se le quita. Ahora dime por qué te cambia cara cada vez que te toco el temita.
-¿Qué temita?
-Fidel. Fidel. Fidel. Es automático: te trabas cada vez que lo escuchas. ¿No me vas a contar por qué, Tigrito? -ahora le ronronea, zorramente, como quien ya se alista para sacar las uñas.
-¿Piensas que tengo miedo?
No es la Corleonetta mujer amiga de las discusiones. Una vez que comienza a faltarle el aire por la presión intensa de los santos muslazos, Segismundo Andersón no logra retorcerse como querría ni siquiera cuando un genuino Cohiba se le encaja en la espalda, hasta apagarse. Diez minutos más tarde, aún sudando frío, Segismundo ya no tendrá reparo en confesarle cuánto odia al barbón, aunque sólo las brasas de un segundo habano lograrán convencerlo de explicarle por qué.
-No lo puedo probar, lo supe por mi madre -una vez que ha quebrado su secreto, las lágrimas de Segismundo se entremezclan con el sudor de las divinas piernas. Aun así, alguien adentro de él querría cantar Glory, Glory, Hallelujah.
-¿Qué te dijo tu mami, Segismundo? ¿ "Me tiré al comandante y naciste tú"?
-Decir, no dijo nada. Pero hay cosas que no necesitan decirse. El muy mierda la abandonó a su suerte.
-¿Y tu apellido?
-¿Andersón? Inventos de mi madre. El cura de la iglesia se apellidaba Anderson; mi mamá le pidió permiso de usar disimuladamente ese apellido, porque mi padre no quiso dármelo. Está clarísimo, soy un nieto de puta.
-¿Naciste en Cuba, por lo menos?
-No sé nada de Cuba. Lo único que entiendo es que las cosas pasan por algo. Antes o después, aquí o allá, alguien un día me iba a dar la oportunidad de mocharle las barbas al traidor, con todo y cuello. A donde haya ido a dar, mi madre va a volver a dormir tranquila.
No le preguntó más. Estaba enfermo de odio por una deducción sin otro fundamento que su rabia de niño desdeñado. Con esos argumentos, igual podía ser hijo de Richard Nixon. Morazán y su padre tenían por lo visto las mejores razones para elegirlo por sobre tantos anticastristas furibundos y mercenarios sin entrañas. Nadie creería que ese obtuso sacaborrachos pueblerino tendría algo que ver en la puesta en escena de un magnicidio. Aunque tampoco es la primera vez que un hombre reza con devoción de mártir ante los muslos de la Corleonetta… ¿Será que está esperando el tercer puro?