Xavier Velasco
II. Más fantasmas fallecibles.
Me restan otras dos calaveras, cuyos protagonistas no son menos etéreos e imposibles que Miss Hilton. Creo firmemente que Michael Jackson difícilmente pasa de ser un holograma, y Paloma Picasso debería serlo. Uno y otro se empeñan en dar prueba de su existencia y consiguen el efecto contrario. Asumiendo que alguna vez vivieron -cosa muy peliaguda de certificar- ambos son candidatos idóneos al fugaz epitafio del 2 de noviembre. Prometo, en lo posible, no volver a hacerlo.
Para el magno funeral
de Jackson, el ex mulato,
se pidió a los convidados
(aun a los acongojados)
que eviten del luto el boato
y vistan de carnaval.
Pero, ojo, carnaval blanco
(código neverlandés).
Él, que hizo de Elvis su suegro,
a nadie quiso de negro,
advierte en perfecto inglés
un viejo pirata manco.
El Peter Pan blanquecino
yace en su cajón pastel
luego de que Campanita
(¿o sería Caperucita?)
exclamara, al dar con él:
¡Mierda, ¿quién se echó a ese albino?!
Un pintor con buena vista
no siempre solo se basta
para pintar un retrato
provisto de buen olfato.
Pero Pablo, iconoclasta,
tuvo un capricho de artista.
"Paloma", le puso a la obra,
mas no le plantó ni un ala,
y desde entonces se asume
ave, mujer y perfume,
más la crítica, que es mala,
jura que como obra sobra.
Nunca fue chica cubista
ni ave de la época azul.
Por eso, cuando cayó
del árbol donde empolló,
con esa pose tan cool,
su fama de picassista,
ya ni siquiera logró
llegar al taxidermista.