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Escape de Nahualópolis / V

Por 24 de junio de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

V. Trínchame a tu capricho.  

El del capricho es un diablo elegante. Seductor instantáneo, tirano intempestivo, hetaira ciclotímica, este demonio dandy se aparece como una urgencia del instinto, que sin razón que valga se declara renuente a seguir trabajando si no satisface uno sus nuevas exigencias, seguramente exóticas y un tanto improcedentes. ¿Cómo se las arregla el glamoroso malandrín para que uno se sienta libre y pleno cuando a la letra sigue sus dictados? ¿Por qué se adorna con tamañas ínfulas de independencia quien obedece al diablo del capricho? ¿No es él, y nadie más, quien besa a la doncella sin permiso y perpetúa la especie a costa del poseso?

     Hay quienes creen -con cierta envidia a cuestas, aunque a lomos de alguna ingenuidad alada- que el caprichoso es dueño de sus caprichos. Ja, ja, ja. ¿Es la pasión acaso mucho más que capricho? Verdad es que a menudo tilda uno de suyos a los caprichos que le soliviantan, mas ello es sólo para hacerse cargo de su cumplimiento (igual que se adjudica la propiedad del amor que le truena el chicotito hasta hacerle caer de bruces a sus pies). Una vez que el demonio del capricho ha irrumpido en escena para circunvolar los espacios obsesos de su víctima como la mosca que asedia la oreja, nada parece haber más apremiante -y, ojo, deleitoso- que mimar sus antojos y rendirse a sus arbitrariedades, que en adelante parecerán las propias. De poco servirá al encaprichado, en situación así de constreñida, confesarse a merced de un diablo veleidoso, toda vez que al chamuco en cuestión le complace ocultarse bajo las auspiciosas enaguas del ego. ¿Quién, que cabalgue a lomos de caprichos imperiales, va a tropezar en la guarrada victimista de confesarse pobre esclavo suyo?

     –Humildad, que le llaman los soberbios vestidos de piadosos -escupe, con notoria displicencia. Pocas cosas fastidian tanto al nahual posh como el mal gusto en el arreglo personal. Vamos, el mismo tufo a azufre que inevitablemente lo acompaña despide cierto aroma de Eau Sauvage Extrême, y él tampoco hace mucho por ocultar el alto rango de su indumentaria.

     -¿Siempre usas trajes Boss, Demonio del Capricho? -se lo digo acentuando las mayúsculas, no sé por qué me sale lo obsequioso cuando se me aparece este fantoche.

     -Siempre que se me antoja, nada más. Y si no te parece, hazle como quieras -ya conozco sus celos. Suele ponerse así cuando sabe que vengo de tratar con un hada.

     -¿No te da gusto que por una vez sea yo quien te procura? -Dios mío, qué papelón. Las cosas que hace uno por huir de la rutina…

     -¿Dios tuyo, ¡yo!? -sonríe al fin, con esa autoridad perdonavidas que hace de cada rictus un imperativo, como refocilándose en mi rubor, al tiempo que lo miro y me propongo detener la máquina indiscreta de mis pensamientos (impresos, a sus ojos omniscientes, a 120 puntos en Times New Roman)- ¿Crees que no he percibido que me tachas de fantoche, justo cuando pretendes postrárteme? ¿Olvidas que mis peores defectos serán también los tuyos, y sólo tú tendrás que responder por ellos?

     -Eso ya suena a crítica literaria.

     -¿Qué esperabas? ¿Que no pasara de la narrativa? Mi trabajo no quedaría completo, ni mi oficio sería así de entretenido, si además de orillarte a hacer lo que haces no empujara a los otros a juzgarte por eso. Soy un demonio, al fin. Te prefiero en la horca, y si es posible luego en el infierno. Y lo más divertido es que para salvarte necesitas primero obedecerme. Debe de ser mortal eso de ser mortal.

     -Lo es, mi querido aliado antojadizo. Razón de más -ahora elevo la voz, con una suerte de solvencia argumental que delata su pronta asesoría telepática- para ponernos juntos al mando de la nave y arremeter contra el demonio hueco de la página en blanco.

     -No tan rápido, Champ -levanta el dedo índice mi sponsor, con la clase de ritmo sugestivo que distingue a los diablos de mucho mundo-. Espero que no esperes que yo te garantice que me voy a amafiar con un mortal para armarle la guerra a uno de los míos.

     -Y espero que no esperes que yo espere que guerrees conmigo contra uno, sino una infinidad de cornudos entrinchados, aunque ninguno de ellos mejor vestido que tú. Tendrías que ver las fachas con las que anda el demonio del caos por la vida.

     -¿No por casualidad esperarás capitalizar la escandalosa envidia que me tienen esos, excuse my french, pinches gañanes imbañables?

     -No es que espere, es que me florece la Real Gana que así sea. ¿Y?

     –That’s my boy! -levanta el puño, pega un golpe en la mesa y me mira con simpatía embarradiza; juraría que el azufre le brota como lava de ambas córneas. Esperemos que no sea una hepatitis.

 

     ¿Usa brújula o mapa el nahual del capricho?

     ¿Qué esperar de unos cuernos, que no sea una cornada?

     ¿Cuántos antojos entran en una misma juerga?

     Próximamente: VI. El festín de los instintos.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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