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Escape de Nahualópolis / I

Por 11 de junio de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

I. En caso de caos en casa. 

Hará un mes que le declaré la guerra. No es que lo viera débil o me sintiera fuerte, pues todo lo contrario, el demonio del caos me tenía perfectamente apergollado. Luego de varios años de ir invadiendo mis distintos espacios, pocos metros cuadrados le faltaban ya por arrebatarme. Tenía en su poder tres recámaras completas, más numerosas zonas de la mía, donde los montes de periódicos, libros, películas, cuadernos y álbumes hacían de cada búsqueda una excursión inmersiva por hondas y enlamadas lagunas mentales. ¿Qué hace esto aquí?, se dice uno búsqueda tras búsqueda, como si la botella de yoghurt que caducó al principio del invierno pasado hubiera conseguido escapar del refrigerador y luego camuflarse bajo cuatro cables, tres libros, una pila de copias fotostáticas, otra más de recibos, invitaciones y estados de cuenta de los que nunca quise acordarme, más dos controles inalámbricos, tres videojuegos, un psp, dos cargadores de corriente, la guitarra del wii, seis revistas iguales, cuatro instructivos diferentes y un número indeterminado de cintas de video digital que nunca etiqueté, seguro cada vez de que lo haría más tarde. En un ratito, pues.

     De pronto me pregunto cuántos ratitos de estos son necesarios para que suene la alarma principal, pero no los conté. Como eran pequeñitos, les di poca importancia, y ahora cada uno regresa a mí injertado en temporada, con un precio que así lo certifica. De sobra está contar que Mr. Chaos, soberbio como es cuando se ve en ventaja, se carcajeó de mi beligerancia.

     -¿Quién te ha dicho que puedes vivir sin mí?- repuso el adefesio aparecido, apenas se repuso del ataque de risa.

     -Hablas como si no supieras que eres mi hijo tarado. El caos que engendré porque así quise. Con esas ínfulas de dealer cósmico, cualquiera diría que llegaste antes que yo -lo atajé, al tiempo que tomaba uno de mis cuadernos y dábame a trazar un plan de ataque numerado.

     -¿Qué haces? ¿Una lista buenos de propósitos? ¡Cosita, que me vas a hacer llorar! -canturreó, con medido afeminamiento, y rompió en otra de esas risotadas a las que tan afecta suele ser cierta especie asquerosa de villanos sardónicos.

     -No es una lista de buenos propósitos -atrapado in caganti, mentí en defensa propia- y te ruego que tomes tu distancia. Cosita la más perra de tu casa, con todo respeto.

     -Ojalá que de aquí a treinta días sepas de menos dónde quedó tu lista. Pero como ya sé que una vez que la pierdas nunca vas a encontrarla, te anticipo que vamos a acabar riéndonos juntos. De la lista y de ti, ingenuote -dicho esto se esfumó, dejando tras de sí una de sus famosas humaredas, cuya sola absorción por los pulmones induce a placenteros y elásticos accesos de pereza autocompasiva. Antes de caer presa de sortilegio tan suculento, me dije que mañana mismo empezaría.

     No crean ustedes que vivo de espaldas al hecho de que Don Caos goza de buena prensa entre quienes alguna vez abrazamos estilos de vida alternativos, quién sabría si a falta de otra alternativa. Nada parece haber más cool que asilarse felizmente en el caos luego de haber librado, a lo largo de tantos episodios de pedagogía contraproducente, batallas desiguales contra los fundamentalistas del orden. Pero de ahí a cederle los controles y claves de la propia existencia al vándalo risueño para que la contrahaga a su capricho, media tanta distancia como la que separa a la inconformidad del terrorismo. Una cosa es llevarte bien con los borrachos y otra llevártelos a vivir a tu casa.

     Luego de pocos días de incubar esta raza de reflexiones inofensivas y autoerotizantes, entendí que no me iba a bastar con saber dónde estaba la lista -veinte puntos titánicos, cuya mera escritura resultóme tiránica-, pues el nahual igual se burlaría de mí cuando pasara el mes y, lejos de ganarlo, hubiérale cedido más y más territorio, inmerso en esa inercia de tiempos apilados sin conciencia. Con el pretexto cómodo de que tal vez así podría despistarlo, comencé por burlarme de mi lista. Menospreciarla, ridiculizarla, darle el trato que suelen recibir los ñoñotes propósitos de Año Nuevo. Humillarme delante de ese enemigo vaporoso a quien recién había desafiado. Ya después, cuando la marea bajara y el regusto de sus inciensos corruptores se desprendiera al fin de mi voluntad, encontraría la forma de burlarlo.

     Con el paso de algunas cordilleras de horas escarpadas y nebulosas, fui comprendiendo que la lista de marras era en tal modo fatua y autoritaria que acabaría por servir a la causa enemiga, pues como ya se ha visto la autoridad tiene un problema conmigo. Pero no iba a romperla como un principiante. No, señor. La dejaría ahí, limpiecita. Sin palomas, ni taches, ni asteriscos. Intacta como novia de difunto. A la vista de tan desfachatada negligencia, nunca imaginaría el coludo enemigo que en sus plenos dominios se ocultara un enclave de mi orgullo industrioso, alzado en armas en rigor secretas, y ojalá que también devastadoras…

 

     ¿Es, en efecto, el del caos nada más que un nahual mustio, colonialista y permicioso?

     ¿Qué tan cool te parece combatir con remilgos de beata-bien-reciente a quien sabe tu precio, tu vicio y tu sabor?

     ¿Es el de la rutina espectro preferible, y en tanto serán éstas las últimas tardes con pereza?

     Próximamente: II. Llámame Ruth.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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