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El éxito es el crédito

Por 12 de diciembre de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

Hasta finales del siglo pasado, eran aún legión quienes pensaban que en México se hablaba como los personajes de las telenovelas nacionales. Esta suposición difamatoria -valdría más llamarla difamación supositoria– sólo se hizo evidente gracias a unas cuantas películas exitosas donde los mexicanos se expresan, cosa rara, como personas reales. Para quienes habíamos escrito páginas salpimentadas con mexicanismos, películas como Y tu mamá también y Amores perros hacían las veces de cursillo introductorio para extranjeros, útil también para dejar en claro que no por compartir origen con los protagonistas de los culebrones éramos todos gente de cartón.

     Algunos fabricantes de telenovelas suelen hacer berrinches patrioteros cuando menosprecia uno sus engendros. Según ellos, deberíamos sentirnos orgullosos porque esas inmundicias inacreditables son exportadas a decenas de países. Me encantaría entenderlo. ¿Tiene uno que sentirse flotar entre las nubes si su fotografía le da la vuelta al mundo con la palabra "imbécil" acompañándola? Porque al fin es lo que uno termina por pensar de quien busca engañarle con patrañas insulsas e insostenibles. ¿Éste es bruto, piensa uno, o está pensando que el bruto soy yo? Asistimos a las historias de ficción decididos a ser engañados a fondo y hasta el fin; nada nos importuna e indigna tanto como que nos den trato de gaznápiros y esperen que creamos a pie juntillas en lo inverosímil, como el niño que capta los trucos del mago y aun así le aplaude. ¿Quedan niños así? Lo dudo. Hay que volverse adulto para ser tan zopenco.

     No cree uno en las películas porque suponga que la historia pasó, sino porque le gusta verla suceder. La historia nos seduce, luego nos empeñamos en darle crédito, aun y sobre todo si sabemos -como en la realidad, que con frecuencia resulta increíble- que esas cosas no pasan, ni quizás pasarían. Cuando una historia es buena y ha sido bien contada, uno celebra haber llegado a ella; agradece y aplaude a quienes le cumplieron el milagro de sacarlo de su ensimismamiento para meterlo en un pellejo ficticio y dejarle vivir las aventuras que de otro modo nunca habría experimentado. Pues de lo que se trata es de ganar experiencia en el pellejo ajeno, y para eso hace falta convencimiento. Espera uno que la ficción le convenza de lo que sea, con tal de que en el curso de la historia no vuelva a recordar que es un espectador.

     Lo he olvidado por algo menos de dos horas. Aun con la pantalla tan distante -la función fue en el teatro Metropolitan, no queda ya costumbre de ver películas en cines enormes- y el ambiente chocante que abunda en las premieres, Rudo y Cursi tardó pocos minutos en atraparme. ¿Por qué? Fácil: me la he creído desde el principio. Y esa es seguramente la cualidad mayor de un guión hecho a conciencia. Se le cree sin chistar. Se da por bueno sin siquiera pensarlo, igual que damos crédito a las palabras de quien nunca nos dio motivo de sospecha. Pero hay más. Uno también le cree a quien es divertido o le parece en especial simpático. Hay quienes necesitan que a su historia la salpiquen de elogios desmesurados; a otros nos basta con que se la crean. ¿Hay acaso un trofeo a la ficción que valga más que el simple crédito irrestricto?

     Me he reído con ganas, además, abrumado por tantos mexicanismos entrañables e hiperbólicamente universales. Me da igual el soccer y hace tiempo dejé la manía masoquista de devorar películas nacionales, pero esta historia se las compro completa. Vamos, que se le asoma el cariño por todas partes, y eso es más de lo que cualquiera esperaría. Ahora, con su permiso, clap, clap, clap.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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