Xavier Velasco
I. Instinto pecador.
A las virtudes se les pierde el respeto en años muy tempranos, no bien se da uno cuenta que sus mayores rara vez las practican con la resolución que las predican. Luego toca enterarse que no es fácil, aun y más aún para quienes se lo proponen. Habemos, por ejemplo, quienes sólo logramos ser virtuosos cuando no hay otra opción en el menú, o bien cuando las otras opciones nos parecen inaceptables de raíz. Hay también quienes de las virtudes no ocupan otra cosa que las etiquetas; ello les da licencia e indulgencia para pasárselas por el arco del triunfo cada vez que su antojo lo haga menester. Somos la misma gente, pero vemos el tema con enfoques distintos; por eso pretendemos ser antípodas.
A ver si ya me explico. No es que tenga algo en contra de la virtud, es que su promoción me causa repelús. Cada vez que un político habla de honestidad, me llevo por instinto la mano a la cartera. En su momento, Britney Spears se complacía hablando de su virginidad y no eran pocos quienes se llevaban la mano a otra parte, seguramente también por instinto. Y es que el instinto poco sabe del mal llamado buen camino, como no sean los atajos precisos para evitárselo.
Es también el instinto quien erosiona el poco sex appeal que de por sí les queda a las virtudes, a fuerza de tornarlas relativas. Justo cuando comienza uno a pensarse virtuoso, algo le dice que su pequeña hazaña puede ser contemplada desde más de un ángulo. ¿Cómo saber que la esperanza es esperanza, y no mera ambición desenfrenada? ¿Quién no ambiciona fama de caritativo? ¿Cuántos estafadores no persiguen la fama de desinteresados? Pocos vicios, no obstante, parecen tan baratos como el de aquellos socios de Narciso que encuentran su virtud en la ausencia ostensible de virtudes. Qué aburrido ha de ser pecar por pecar, cuando es tan lindo hacerlo por debilidad.
Voy, pues, tras las virtudes cardinales, presa de la lujuria que inspiran los vicios. Si a alguna alcanzo, no será por virtuoso, como por imprudente, injusto, débil y destemplado. Pobrecillas virtudes, tan arrogantes. No aceptan que pueda uno reemplazarlas.
Mañana: II. Aquí no vive Prudencia.