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El nombre de la historia

Por 10 de octubre de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

Lo piensas otra vez: ¿por qué tendría que soltar su nombre? Pero si de tener o no tener se trata, ¿porque tendrías que seguirlo escondiendo? Según Borges, cualquier cosa menor que una novela entera no es novela. Si lo sabría él, que no escribió ninguna. ¿Lo habría intentado alguna vez, o varias? Ahora que si vas a hablar de Borges, más valdría citar esa opinión acerca de Bioy Cazares que ahí de cuando en cuando te perturba y te escuece. "El menos supersticioso de los lectores." ¿Debe, quien se ha embarcado en la escritura de una novela, pagar puntual tributo a sus supersticiones, o desafiarlas sin piedad alguna? Lo cierto es que disfrutas de ambas cosas. La paz espiritual que otorga el cumplimiento del ritual, el deleite secreto que es desacatarlo.

     Cuando uno terminantemente se niega a revelar cualquier información respecto a su trabajo, suele apelar a la superstición, pero quizás por dentro no hace sino mimar sus paranoias. Para poder salvar una historia, es preciso intentar la fechoría de reinventarla. ¿Le pedirías a un salvavidas o a un asaltabancos que no fueran paranoicos, cuando ello es gaje principal de sus oficios? Hasta que un día no lo soportas más y se lo cuentas todo a quien, intuyes al instante, va a entenderlo. O, por qué no, a quien no tiene por qué entenderlo, a menos que te esfuerces con todo lo que tienes y le cuentes la historia mejor de lo que nunca te la has relatado. Si funciona, y no vas a a admitir que sea de otro modo, habrás ganado una complicidad al precio de quebrar una superstición.

     Luego la historia crece, y es posible que lo haga tan a su manera que vuelvas a sentir esa cosquilla. Contar algo, citar a un personaje, decir a grandes rasgos de que trata el entuerto. No sabes si la historia se beneficie de tus indiscreciones, puede que lo hagas sólo para estar bien seguro de que no has comenzado a volverte loco. Hacer tierra. Tender un par de cables entre tus obsesiones secretísimas y ese mundo exterior al que no siempre sabes si perteneces. Aún, pues. ¿Puede uno abandonar la realidad, como lo hacía el viejo Major Tom de Bowie, a partir de un sendero de ficción? ¿Qué precio exactamente hay que pagar para cubrir el costo de la travesía? Alguna vez Joe Perry te lo dijo a mitad de una entrevista: You just can’t fly for free. ¿Y si uno se negara a revelar detalles del proyecto por puro miedo a los cargos extra?

     Claro que una novela sin terminar es cualquier cosa menos una novela. El corazón acá, las tripas por allá, un pulmón no está listo, ¿quién diablos va a moverse en esas condiciones? Leíste por ahí que en la portada de un guión de Woody Allen aparecían las siglas W.A.S.P. Es decir, Woody Allen Spring Project. No se atreve a ponerle nombre a una película si no la ha visto antes acabada. Pero hay cosas que uno sencillamente sabe. Ideas que llegaron y encajaron exactas en el rompecabezas, como los datos más reveladores de una investigación criminal.

     Lo sabes, y esa superstición excede los poderes de la paranoia. Te han llegado tres títulos, o diez, o veinte, hasta que un día te cae el bueno de las nubes y te das cuenta de que ya no habrá otro. ¿Por qué "Diablo Guardián"?, hay quien pregunta a veces y siempre te retuerces para explicarlo, cuando el motivo es simple y transparente. Se llama así porque tal es su nombre, no habría otro posible. Porque un limón se llama limón y una piña se tiene que llamar piña.

     No tiene uno absolutamente nada por explicar. Si la historia no lo consigue por sí misma, harías un papelón justificándola. Y si bien no hay novela, aún con más de quinientas cuartillas cometidas, estás seguro que la historia existe. Te consta que respira hoy para ti, como mañana esperas que lo haga para otros. Está viva, carajo, ya para qué negarla. Querrías contarla toda aquí y ahora, pero esa obscenidad es inadmisible. Qué deleite sería revelar el título y un minuto después cambiarlo por otro. O mentir, nada más, que al final de eso trata todo el juego. Mentir con la verdad, conseguir que alguien crea que nunca ha sucedido. Se te ocurrió, dirán.

     Algunos títulos lo dicen todo, y al propio tiempo no revelan nada; éste debe ser de esos. Un título que sea el principio de la historia, y al propio tiempo se adelante a ella. Un título que no te diga nada, pero aún así te obligue a perseguirlo. Un título casual, que sin embargo no te deje más camino que obedecerlo en forma puntillosa. Uno que sea principio y final del camino. Que aclare y oscurezca. Que te ponga un revólver en la espalda y te lleve a empujones hasta el fin de la historia. Uno que de una vez rompa con esta mustia segunda persona y asuma la primera para acabar al fin con esta parrafada. Cierras los ojos y te tapas los oídos, como quien ha prendido una mecha corta. Lo gritas de una vez: Puedo explicarlo todo.

     Ya está. Vete a dormir.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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