Xavier Velasco
Tardé años -hoy sé que los tiré a la basura- en descubrir que Sarah Jessica Parker es el más alto oráculo de la falosofía contemporánea. Ayer mismo caí en un par de capítulos consecutivos de su Sex And The City, y he aquí que estoy de vuelta con un Mr. Concept. Una de esas ideas tan familiares, y de paso tan íntimas, que hasta parece obsceno tratar de nombrarlas. A menos que se tenga un sustantivo estrella, como es el caso del que aquí nos ocupa. Una de esas palabras que es preciso robarse, no bien se pregunta uno cómo logró vivir tantos años sin ella.
Según quien por lo visto lo acuñó, el ahora anglicismo designa esa sensación ancha y obsesiva que toma posesión de los incautos a través del deseo compulsivo y convulsivo de abrazar y tener a una cierta persona. Tenerla en la cabeza, en las manos, en la cena, en el cine, en la calle, en las piernas, en la tarde, en la niebla, en los dados, en los sueños, en el altar secreto, en la cueva recóndita, en el trono del cráneo, en el centro preciso del campo visual. Un magnetismo ciego que electriza la atmósfera en su presencia y la devasta apenas se nos va. Una paz imposible del alma al estómago, más el temor -tan sexy, de repente- a ya no ser por dentro sino estómago. Un insomnio orgulloso de sí mismo, una canción sonando día y noche, un vuelco de las vísceras cada vez que el teléfono hace ring. Un impulso sutilmente homicida si quien llama se equivocó de número. Ladies & Gentlemen, el Zsa Zsa Zsu.
El término tiene algo de seppuku, ninjitsu y tsunami. Se anuncia impredecible, pernicioso, alevoso, fatal, pero asimismo lúbrico, querendón, y para colmo espiritualmente correcto, pues se sabe que durante su transcurso totalitario el Zsa Zsa Zsu se precia de ser rico en coartadas y generoso en licencias. Y uno, que le recibe con beatitud a prueba de razones, sabe que en adelante no hará sino seguir el santo curso de su monomanía, pues ya vio que no sabe salir de ella sin tiritar un poco y palpitar un chingo. Esto es, incalculablemente. Pues lo primero que hace el Zsa Zsa Zsu es dar al traste con las propias nociones de distancia, frecuencia y consecuencia. Deja uno de medir sus pensamientos y actos, o si acaso los mide con la vara intangible del idilio.
Una parte del niño cae cadáver cuando el adolescente prueba el Zsa Zsa Zsu, igual que cierta parte del viejo resucita si el destino se atreve a traerle de vuelta el telele. Ahora bien, tiene uno que ser un añejo malquerido para seguir usando sucedáneos tan pálidos como telele cuando se cuenta con el Zsa Zsa Zsu -hay un lujo en el acto de pronunciarlo, provocando zumbidos entre dientes y lengua-, que ya en su música tiene algo de conjuro. Según se infiere en las agudas narraciones de nuestra Phallosophy Doctor, no existe pegamento más poderoso entre dos seres vivos que esa urgencia sin nombre que para tener nombre necesita de una palabra mágica. O mejor, tres en una, por si no estaba clara su procedencia.
Uno escribe también para esperar con dignidad de brujo a que una vez más venga el Zsa Zsa Zsu y le caiga del Cielo, como es su costumbre.