
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Luis Mora
Hace poco escribía Gonzalo Torné que "un rasgo distintivo de mi generación es su hipersensibilidad nostálgica: ahí están las sesiones vintage en cines, la enumeración sentimental de las marcas o el éxito de Yo fui a EGB, cuyo lema es extraordinariamente certero: ‘no somos nostálgicos, más que nada porque no hay nostalgias como las de antes’. El fenómeno es apabullante"[1]. En efecto, y recordando títulos junto a Álvaro Colomer, con quien he comentado este tema alguna vez, han publicado novelas o libros de cuentos orgánicos sobre sus años infantiles o juveniles en los setenta y ochenta Ismael Grasa (La tercera guerra mundial), Carlos Peramo (Me refiero a los Játac), Lolita Bosch (La familia de mi padre), Javier Cercas (Las leyes de la frontera), David Castillo (El Mar de la Tranquil.litat), Javier Pérez Andújar (Los príncipes valientes), Eloy Tizón (Labia), Andrés Neuman (Una vez Argentina), Julián Rodríguez (Unas vacaciones baratas en la memoria de los demás, Cultivos), Daniel Gascón (La vida cotidiana, Entresuelo), Aloma Rodríguez (Sólo si te mueves), Pablo Gutiérrez (Rosas, restos de alas y Nada es crucial), David Torres (Niños de tiza), Juan Bonilla (Una manada de ñus), Llucía Ramis (Todo lo que una tarde murió con las bicicletas), Blanca Riestra (Pregúntale al bosque), Miguel Serrano Larraz (Autopsia) y Alejandro Zambra, entre muchos otros. / Zambra ha vertebrado un libro ágil y profundo a la vez, construido bajo la poética habitual de los libros que bucean en el recuerdo: "Martín se lanza en un monólogo sobre el pasado en que entremezcla pinceladas de verdad con algunas mentiras obligatorias" (Mis documentos, 2014). En la novela que comentábamos aquí la semana pasada, No soy Stiller (1954), exponía Max Frisch que "Uno puede contar cualquier cosa, menos su verdadera vida". Alguno de los relatos del libro de Zambra, como "El hombre más chileno del mundo" son piezas excelentes disfrazadas de normales pero que, como a la camarera italiana del relato, basta con mirarlas dos veces para descubrir su auténtica y perfecta belleza. Además, otro factor interesante en el libro es que la perspectiva sobre el pasado no es melancólica ni endulzada; muy al contrario, es crítica y los personajes masculinos -que podrían ser, en algún caso, trasunto o recreación del propio Zambra- están dibujados sin complacencia con sus contradicciones, problemas y errores. / "Quizá", anotaba hace años el poeta Eduardo García, "el rastro mítico más más patente en la literatura de nuestros días reside en la nostalgia por los orígenes no ya de la cultura, sino del individuo: la infancia, la adolescencia, el descubrimiento del amor"[2]. Y citaba a Baudelaire: "el talento poético es la infancia recuperada a voluntad". / Hasta aquí todo bien, siempre que no se caiga en el escapismo sentimentalista. La otra cara de la moneda la expone Darwix: "La nostalgia miente y no se cansa de mentir, porque se cree sus mentiras. Mentir es la profesión de la nostalgia. La nostalgia es un poeta malogrado que reescribe un mismo poema cientos de veces"[3]. / Lo seguiremos leyendo.
[Poema de la imagen perteneciente a Juan de Dios García, Ártico, 2014]
[1] G. Torné, "Melancolía instantánea", El Cultural de El Mundo, 14/02/2014, p. 49.
[2] Eduardo García, "Rescatar el sentido", Una poética del límite; Pre-Textos, Valencia, 2005, p 34.
[3] Mahmud Darwix, En presencia de la ausencia; Pre-Textos, Valencia, 2011, p. 134; traducción de Luz Gómez García.