
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Luis Mora
[En Un mundo feliz (1932) Aldous Huxley establece una droga, el soma, como el auténtico regulador de las relaciones sociales e interpersonales. En el relato de Philip K. Dick "Faith of Our Fathers" (incluido en Dangerous Visions, 1967), se reparten drogas alucinógenas diluidas en el agua, para tener a los ciudadanos controlados bajo el dominio extraterrestre. Los grupos de resistencia operan ingiriendo fenotiacina, un antialucinógeno. Frederic Pohl hace una irónica variación del tema en su relato "What to do till the Analyst comes"[1], donde la droga que produce el control social es un chicle denominado Cheery-Gum.] [En White Noise (1985), Don DeLillo describe Dylar, una droga para ahuyentar el miedo a la muerte. Una neuróloga opone al respecto que necesitamos alguna frontera, algún límite final para definirnos metafísicamente: "but I think it’s a mistake to lose one’s sense of death (…) Isn’t death the boundary we need? Doesn’t it give a precious texture to life, a sense of definition?"[2]. En el cómic American Flagg! (1983-89), Howard Chaykin introduce la droga NachtmachterTM, que produce lagunas en la memoria a los participantes en disturbios.] [Rodrigo Fresán imagina en El fondo del cielo (2009) una droga para olvidar: "Mi padre nunca se repuso de esa frustración y por eso se ofreció como uno de los primeros voluntarios para probar la droga esa… la que te hace olvidar recuerdos no deseados, tristes, insoportables. Mi padre quería olvidarse de que alguna vez me había soñado un futuro estelar, un futuro en las estrellas. Pero eran los primeros días del asunto, todavía estaban desarrollando la cosa. Y se olvidó de todo. Me olvidó por completo"[3]. Douglas Coupland imaginó en Generation A (2009) una droga cronosupresora: "SOLON CR está indicado para el tratamiento de la incomodidad psicológica basada en la obsesión con el futuro cercano o distante. Al cortar el lazo entre el momento presente y la percepción de un estado futuro por parte del paciente, se han conseguido caídas pronunciadas y significativas en todas las formas de ansiedad. Además, los investigadores han descubierto que la desconexión del futuro ha conseguido que varios pacientes que se quejaban de soledad persistente vivan una vida activa y productiva en soledad, sin temor ni ansiedad"[4].] [Óscar Gual también ha dejado su propia droga inventada: "la sopa-S desapareció semanas después de haber sido introducida en el mercado, tan rápidamente como irrumpió (…) Según pudo averiguar, no todo quien lo probó sufrió tan fatales consecuencias, pero sí coincidían describiendo sus efectos: quien lo consumía se cegaba irracionalmente en aquello que más le importaba en ese momento. Se convertía en un autómata. Bloqueaba la conciencia dispersa aislando tan sólo una idea en la mente. (…) El cuerpo como reflejo del alma. Eso es lo que parecía provocar aquella sustancia"[5].] [En La última novela de César Aira (2012), de Ariel Idez, el narcotraficante César Aira inventa y difunde la proxidina, cuyo efecto es "desactivar el relato unificador y disgregar el sistema nervioso sembrando la anarquía fisiológica"] [Ray Loriga imagina en Za Za, emperador de Ibiza (2014) la droga ZAZA, que tiene como efectos la felicidad total y sonrisa perpetua, incluso en un condenado a muerte[6]. Como aquella droga del relato de Dick, también es suministrada a la población para tenerla sonriente y bajo control.] [Edmundo Paz Soldán construye en Iris una región en guerra, donde la droga -como en Vietnam- es indisoluble de la experiencia bélica, para huir del horror: "Quiso un swit para tranquilizarse. Había abusado de ellos, quizá por eso algunos ya no le hacían efecto. Tomaba uno para dormir y otro para estar alerta; uno para los ataques de pánico y otro para la ansiedad; cuando le faltaba aire se metía uno a la boca y cuando le subía la presión, otro; para divertirse necesitaba tres y cuando estaba melancólico, dos; quería ver estrellas y escuchar explosiones en el sexo con Soji y buscaba swits en la cajita de metal que tenía en el cuello"[7]. El PDS, otra droga de la novela, "crea una realidad para el que la usa. Como meterse al Hologramatrón, ser parte dalgo que sestá proyectando nese instante. Como actuar nuna película ya filmada, revivir un recuerdo como si jamás hubiera ocurrido" (p. 79). El jün es la droga definitiva, leitmotiv de muchos personajes de la novela, que persiguen la experiencia "oceánica" de disolución identitaria que procura su ingesta.] ["La puesta en escena que había empleado tenía que ver seguramente con la característica más novedosa de la poliproxidina, de la que se decía que era la droga que eliminaba del discurso todas las metáforas"[8], explica César Aira en Yo era una chica moderna (2004). Y es curioso pensar qué sucedería con buena parte de la narrativa contemporánea si se le aplicase esa poliproxidina y la droga dejase de ser, súbitamente, una de sus más recurrentes metáforas].
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Addenda: Después de colgar el post mi novia me recordó la "leche-plus" que bebían antes de salir a dar golpes los protagonistas de La naranja mecánica de Anthony Burguess; Paul Viejo me apuntó la "melange/spice" del Dune de Frank Herbert; Juan Carlos Márquez recuperó al Dr. Jekyll de Stevenson y su droga disociadora, y Fernando Ángel Moreno Serrano me citó el relato "Solsticio", de James Patrick Kely, sobre un diseñador de drogas. Rodrigo Fresán, tras leer el texto, me comentó la existencia de otras drogas imaginarias en Flashback (2011), de Dan Simmons, donde la población toma la droga "flashback" para retornar al pasado de su memoria, y en la distopía Sleepless (2010), de Charlie Huston, que describe un futuro donde las personas no pueden dormir y sólo algunos privilegiados evitan la muerte segura por agotamiento gracias a la droga "dreamer". Juan Bonilla me ha enviado un correo donde agrega: "Y Vurt, Vicente, de Jeff Noon: unas plumas que se venden en las vurterías y hay de todos los colores: las azules, que facilitan sueños legales y seguros, las rosas para las experiencias pornográficas, las negras, que son ilegales porque convierten al ciudadano en un peligro, y las amarillas que son escasas y gracias a las que se puede construir una ‘second life’ más real que la realidad en la que casi todos los que entran ya no pueden salir. Es simpático que en la descripción de los efectos de esas plumas se indique que, al tomarla, cuando el consumidor cierra los ojos, empiezan a salir en la pantalla de su cerebro unos títulos de crédito informándole quiénes son los creadores del estupefaciente."
[1] Incluido en el volumen de relatos, de significativo título, Alternating Currents; Ballantine Books, New York, 1956. J. G. Ballard recordaba este cuento, en conjunción con una obra de Philip K. Dick, en un artículo titulado "What to do till the analyst comes" publicado en The Guardian el 31 de marzo de 1966, p. 6.
[2] Don DeLillo, White Noise; Penguin Books, New York, 2009, p. 217.
[3] Rodrigo Fresán, El fondo del cielo; Mondadori, Barcelona, 2009, p. 127.
[4] Douglas Coupland, Generación A; El Aleph Editores, Barcelona, 2011, p. 107.
[5] Óscar Gual, Fabulosos monos marinos; DVD Ediciones, Barcelona, 2010, p. 15.
[6] Ray Loriga, Za Za, emperador de Ibiza; Alfaguara, Madrid, 2014, p. 59.
[7] Edmundo Paz Soldán, Iris; Alfaguara, Madrid, 2014, p. 16.
[8] César Aira, Yo era una chica moderna; Interzona, Buenos Aires, 2005, p. 81.