Javier Fernández de Castro
Así como no cabe ninguna duda acerca de la necesidad (y digo necesidad, no conveniencia o provecho) de leer obras como la Ilíada o la Odisea, tampoco cabe duda acerca de que ambas obras presentan claras dificultades de lectura. Razón por la cual quien decida adentrarse en ellas agradecerá la ayuda de un buen maestro capaz de desbrozar el camino y, sobre todo, transmitir su propio entusiasmo hasta el extremo de inducir al neófito a dejarse de guías, cerrar la novela y adentrarse por sí mismo en el texto de Homero.
Ese es el caso exacto de Una Odisea, de Daniel Mendelsohn, un profesor universitario que se dispone a dar un curso de varias semanas de duración sobre las aventuras del astuto Odiseo durante su viaje de vuelta a casa después de arrasar Troya. Consciente de que también la mera transcripción de un curso de varias semanas podría resultarle árida a un lector que no deba rendir un examen al final, el autor recurre a varias líneas narrativas que se desarrollan en paralelo pero que a veces se entrecruzan, se superponen o incluso suponen largos excursos apenas relacionados con el texto de Homero.
La línea narrativa principal, por supuesto, es el análisis pormenorizado de los quince mil seiscientos noventa y tres versos de que consta La Odisea, en principio a cargo del profesor pero con frecuentes intervenciones de unos alumnos insistentemente inducidos a ello por su maestro, lo cual les convierte a ellos mismos en personajes de la novela. Y los hay listos, agudos, pesados, observadores o desesperadamente obtusos, como en la vida misma. Consciente de la necesidad de añadir alguna amenidad a la árida seriedad académica, el autor introduce una nueva línea narrativa por el mero hecho de admitir como alumno (teóricamente solo como oyente) a su propio padre, con el que mantiene una relación abiertamente conflictiva porque es un tipo bastante peculiar y a ratos incluso desagradable. Siguiendo la moda actual de las autobiografías noveladas, o falsas memorias, queda a elección del lector considerar si Jay Mendelsohn, el padre, pero también los numerosos parientes y amigos que irán saliendo a lo largo del libro, son meros artificios literarios ideados para amenizar la narración o si, por el contrario, forman parte del viaje interior del narrador, casi tan largo y plagado de trampas y añagazas como el del propio Odiseo. En el curso del educado ajuste de cuentas con su progenitor, Daniel Mendelsohn puede ir directamente al grano, como por ejemplo a la hora de contar con detalle su complicada salida del armario ante un padre autoritario y sin pizca de comprensión con las “debilidades” humanas. En algunos otros pasajes el autor admite abiertamente su homosexualidad dando a entender que una vez salido a la luz, su preferencia sexual no limita ni condiciona mayormente su vida actual. En cambio al hablar de su situación sentimental al lector sólo se le informa, y como de pasada, que tiene tres domicilios, uno en la propia universidad, otro en Nueva York y un tercero en el que “viven, Lily, la madre de mis hijos, y mis hijos”. A partir de tan escueta información cabe pensar en la existencia de un arreglo amistoso para tener hijos sin necesidad de pagar unas servidumbres matrimoniales difíciles de satisfacer cuando hay determinadas preferencias sexuales de por medio. Pero también en este caso queda a criterio del lector dilucidar lo que hay de verdad detrás del enigmático “Lily, la madre de mis hijos” porque como digo, el narrador solo alude a ella alguna vez y de forma tangencial. Se me ocurre, hablando también yo de forma tangencial, que si conocemos docenas de relatos acerca de la siempre difícil salida del armario, un arreglo como el que parece existir entre el narrador y la madre de sus hijos resulta mucho más intrigante y novedoso, y dada la condición docente del autor, a lo mejor hubiera sido más didáctico obviar lo del armario y desarrollar esa original situación en beneficio de algún lector que ya tenga resuelto lo del reconocimiento público y que en cambio ande a vueltas con la espinosa cuestión de la paternidad.
Quede claro sin embargo que de las diversas líneas narrativas la más interesante es la del análisis y desarrollo de la propia Odisea. Mendelsohn la conoce desde niño, lleva muchos años dando cursos sobre ella y por lo tanto sabe cómo resaltar los aspectos y pasajes más significativos. Cierto que a veces resultan algo prolijas sus precisiones filológicas, pero de pronto puede descolgarse también con una cuestión tan fundamental como es la llamada composición anular, una técnica narrativa en la que el narrador empieza a contar una historia para luego ponerla en pausa, y retroceder a un tiempo anterior del que luego regresa hasta el presente o incluso hasta el futuro, de tal forma que una vez retomado el instante actual el oyente dispone de una información que expuesta de forma igual de escueta pero lineal hubiera alargado considerablemente el relato. Si leyendo esta sucinta descripción de la composición anular al lector le vienen a la mente numerosos pasajes de las novelas de Faulkner, tendrá razón, por más que evocar del bracete a Homero y Faulkner pueda resultar chocante.
Una Odisea
Daniel Mendelsohn
Traducción de Ramón Buenaventura
Seix Barral
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