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periodismo

Dibujo de J. J. Grandville, caricaturista que colaboraba con Balzac.

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Elogio del periodismo cultural

 

«La página parece estar llena, parece contener ideas; pero, cuando el instruido mete allí la nariz, huele el olor de los sótanos vacíos. Es profundo y no hay nada: la inteligencia se apaga allí como una vela en una bóveda sin aire».  La frase no es mía. Es de Balzac. Por mucho trabajo que se me acumule, siempre he encontrado tiempo para acudir a los clásicos y librarme de la ansiedad que generan las visitas a las atiborradas mesas de novedades de las librerías, tomos flotando en un mar de fajas publicitarias como si ciñeran el salvavidas tras un naufragio, perdida la brújula crítica. O, si quieren, escaparate arbitrario de ofertas de supermercado, en los que distinguir, como decía Eliot, el ajo del zafiro.

Echo de menos libros como el que escribió Balzac para reírse en serio del periodismo, ahora que hay tantos expertos en nadalogía. También los de Flaubert sobre el estupidario y la necedad universal, aquella que es inmune a la lectura. Cuántas veces, leyendo densos ensayos académicos, he recordado a Bouvard y Pécuchet y su decisión de volver a su trabajo de copistas, después de haber fracasado en su  descomunal propósito de aplicar las ideas de moda de  su época. Y cuántas veces he regalado Los viajes de Gulliver de Swift  o La escuela de mandarines de Miguel de Espinosa o imaginado que los freakies Bouvard y Pécuchet hoy ganarían elecciones, dirigirían museos o se harían de oro con millones de seguidores en twitch o tik-tok. 

La falta de comprensión lectora existe desde que hay estadísticas, porque siempre se ha dado, incluso entre eruditos. La célebre frase de que en España no hay filósofos, sino profesores de Filosofía, es extensible a otras ramas. La venda que la alegoría pone a la representación de la Justicia, tan dañada en su equidad, quedaría hoy mejor nublando la vista de la Universidad. Exceptuando, claro, un par de libros y los magníficos papeles que corren por Internet, si se saben buscar bien. 

 El anatema del periodista: aquel que sabe un poco de todo y nada de algo, se ha revertido en el académico especializado al que se le escapa saber mucho de algo porque no sabe nada de todo. Cuando la academia se adormece en  la retórica de citas y comentarios de comentarios de otros comentarios, son de agradecer los libros escritos por periodistas culturales que leen sin muletas ortopédicas. No citaré nombres de grandes universitarios y periodistas para no ser turiferario, porque comparto profesión y boomeran(g) con algunos de ellos. Son gente letrada, al tiempo que escritores, que liberan las obras de las vitrinas del taxidermista y aportan esa mirada enciclopédica, apasionada y libre de escuelas, que ha perdido buena parte del funcionariado universitario. De eso se trata, de hacer vivas las obras clásicas, de prestigiar a los mejores autores de nuestro tiempo, de transmitir el placer, la inquietud o el peligro de saber leer.

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3 de junio de 2023
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Chile despertó, es momento de que despierte el periodismo

Por mucho tiempo, los medios tradicionales del país no cumplieron su deber de buscar la verdad sin sesgos. Pero las protestas sociales los han obligado a mejorar su cobertura y recuperar una confianza en el periodismo que parecía perdida.

 

* *

Desde que estalló la revuelta popular en Chile en octubre, las paredes de las ciudades del país se llenaron de mensajes contra los poderosos: al inicio, la furia se centraba en el presidente, Sebastián Piñera, y su entonces ministro del Interior, Andrés Chadwick. Después, la ira de las paredes fue contra la policía y las fuerzas armadas, contra los bancos y la Iglesia católica.

A medida que la protesta popular crecía, surgió un nuevo culpable: los medios de comunicación. “Apaga la tele”, “Periodismo traidor”, “Medios cómplices”, “La prensa miente”.

En las carreras de periodismo de la capital de Chile, los profesores nos pasábamos las fotos de estos grafitis y carteles con una mezcla de deleite y preocupación. Por fin, los televidentes y lectores de diarios se daban cuenta de lo que los académicos veíamos hacía tiempo: los medios no estaban reflejando las verdaderas preocupaciones, los miedos y las aspiraciones frustradas de dos generaciones de chilenos. Chile se enriquecía; la clase media se endeudaba; la baja, se empobrecía, y los medios se desentendían.

Por mucho tiempo, los medios tradicionales no cumplieron su deber primordial de buscar la verdad sin sesgos. Pero las manifestaciones, que han sacado a millones de chilenos a las calles a exigir más igualdad, los están obligando a mejorar su cobertura para recuperar una confianza en el periodismo que parecía perdida. Si, como gritan las paredes y las pancartas, “Chile despertó”, todo indica que los medios también han despertado.

 

 

Este despertar mediático, sin embargo, no basta. Hay un nuevo Chile que los medios tradicionales deben comprometerse a incorporar. Es hora de hacerlo.

Las encuestas de opinión de los últimos años reflejaban una ineludible merma en la credibilidad de periódicos y televisoras. Al preguntar en octubre por las fuentes de mayor credibilidad para los chilenos, el Termómetro Social del Núcleo Milenio en Desarrollo Social y la Universidad de Chile encontraron que la mayoría otorga un puntaje máximo de 7 sobre 7 a los amigos y familiares y un 6 a las redes sociales y la radio. Los diarios apenas obtuvieron un 4,2 y la televisión, un 3,6.

En la segunda semana de protestas, cuando más de un millón de manifestantes llenó la Plaza Italia (rebautizada como Plaza de la Dignidad), los centros de estudiantes de periodismo de buena parte de las universidades de Chile sacaron un comunicado revelador: denunciaban “la mediatización de la televisión abierta (Canal 13, TVN, Mega y Chilevisión) en su rol de criminalizar la protesta, recurriendo a la censura, priorizando fuentes gubernamentales y tergiversando información al mostrar solo la violencia en las calles, pero no las violaciones a los derechos humanos cometidas por fuerzas especiales de carabineros y militares”.

Los medios tradicionales del país parecían haber declarado la misma guerra sin cuartel a los manifestantes que anunció el presidente Piñera en su primer mensaje televisado, cuando dijo que “estamos en guerra contra un enemigo poderoso”.

Las críticas arreciaban e incluso en la calle. Al ser entrevistados sobre las protestas, muchos respondían que era necesario hacer cambios o cuestionaban la desmesurada represión policial.

Organizaciones internacionales como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han denunciado la violencia estatal contra las manifestaciones y medios internacionales y algunos sitios digitales de periodismo independiente —como Interferencia, El Desconcierto o el Centro de Investigación Periodística (CIPER)—, reportearon la represión policial que culminó en más de 300 manifestantes que sufrieron heridas visuales y más de veinte muertos. Solo así, los medios tradicionales empezaron a ponerse a tono con lo que se estaba viviendo en la calle.

Pero hubo consecuencias. Uno de los primeros canales de televisión en contar la otra cara de la crisis fue CNN Chile. Y lo pagó caro: dos importantes anunciantes nacionales (Agrosúper y Juan Sutil) les quitaron su patrocinio. Este caso reveló uno de los grandes problemas de nuestro ecosistema mediático: los medios están más pensados para los anunciantes que para el público.

Los medios se encontraron en una encrucijada. ¿Por qué camino optar? ¿Las demandas genuinas de la mayoría de la población o la sobrevivencia publicitaria?

A finales de noviembre, la cobertura informativa local mejoró: comenzaron a incluir sistemáticamente las voces de las víctimas, de los médicos y abogados que los asisten y de organizaciones de derechos humanos, que presentaron reportes muy críticos con el gobierno chileno y el uso excesivo de la fuerza estatal. La voz de los no escuchados comenzó a aparecer junto a las fuentes usuales y ya se ven a los medios nacionales en los cabildos y en las marchas.

En los carteles y pintadas de las últimas manifestaciones ya no aparecen tantas críticas a los medios. Al verse representados, los manifestantes parecen haber recuperado algo de confianza en cómo “su” periodismo está contando la realidad.

Hay mucho que mejorar aún. En la discusión por las causas de la protesta y sobre todo en el debate por la nueva constitución que gran parte de la población ha reclamado, los medios tradicionales todavía se atrincheran en las fuentes de costumbre: políticos, académicos y opinadores profesionales, que en su mayoría son hombres blancos y mayores: los tertulianos de siempre que ni previeron ni alertaron del desastre que propició este estallido social.

En un reciente artículo en CIPER, la experta en periodismo político Ximena Orchard revela que las voces habituales en la prensa hegemónica, no han variado desde el retorno de la democracia, en la década de los noventa.

El periodismo y sus medios más grandes e influyentes se quedaron en el pasado. Este es un nuevo Chile y han surgido voces más diversas y complejas. En cada barrio, en muchos colegios y universidades, en el campo y en la ciudad se están formando cabildos para discutir las políticas nacionales en pacíficos y acalorados debates. Las mujeres de la cultura, los artistas, los indígenas y los pensionados están uniendo sus reclamos al repertorio del descontento en el país “más estable de América Latina”.

Aún así, al periodismo chileno le espera mucho trabajo y muchos cambios si quiere estar a la altura de una sociedad que busca escapar del sopor y la rutina del pasado. Los medios tradicionales y los nuevos también deben ser faros: indagar en las causas profundas de la revuelta y transformar sus hallazgos en explicaciones para la comprensión y la acción informada.

 

(Artículo publicado en The New York Times el jueves 12 de diciembre de 2019)

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12 de diciembre de 2019
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¿Adónde va el periodismo? Lluís Bassets, José María Izquierdo y Xavi Casinos analizan el futuro de la prensa

¿Papel? ¿On-line? ¿Ambos? ¿Grandes cabeceras? ¿Pequeños proyectos free-lance? ¿Dónde va el periodismo escrito? Esto encontré en tres  libros publicados recientemente en España sobre el tema:

 

* * *

1. El último que apague la luz. Lluís Bassets, director adjunto de El País, ve el peligro en el viejo acuerdo tácito por el cual los periodistas cuentan con honestidad y veracidad lo que ocurrió y lo ordenan según su importancia y relevancia, para que los lectores sepan y entiendan. Y así puedan actuar en una democracia.

"No hay sociedad democrática sin consenso compartido sobre hechos verificables y sin disenso sobre las opiniones que merecen estos hechos", advierte Bassets. "La muerte pelona del periodismo es esa paradoja que vivimos ahora cuando nos quieren hacer creer que las opiniones son sagradas y los hechos discutibles".
 
El título del libro es más un desafío y un grito de alerta que una rendición. Bassets echa una mirada lúcida en derredor, analiza la promesa y el peligro de los blogs, de las investigaciones de Wikileaks y del nuevo fenómeno de los "medios soberanos" como Al Jazeera, para recordar que con formas cambiantes y nuevos planes de negocio, el valor supremo del periodismo tiene que seguir siendo la independencia.
 
Y como en los buenos tiempos, son las opiniones las que deben ser libres, y los hechos, sagrados.
 
 
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 2. ¿Para qué servimos los periodistas? (hoy). José María Izquierdo, antiguo director de CNN+ y actual responsable del influyente blog El ojo izquierdo, cuenta con datos y argumentos muy bien hilvanados una historia similar sobre la crisis económica del periodismo, pero se dirige especialmente a los jóvenes profesionales. Les pregunta: ¿Para qué servimos los periodistas? (hoy).
Izquierdo ve el problema desde otro ángulo: si todos pueden informar y opinar gratis en la red, no es sólo un problema para los medios que aspiran a cobrar por su producto. Es una competencia dura para los periodistas profesionales. ¿Qué pintamos en este tiempo donde nuestros textos y fotos y videos se mezclan con los de todo el mundo? Lo único que puede salvar a los periodistas, aunque se hundan muchos medios antes sólidos, es la calidad y el rigor ético de su trabajo. Y en esto tienen ventaja las grandes y respetadas cabeceras.
Pero Izquierdo alerta que hoy nos tenemos que ganar nuestro derecho a existir, y lo debemos hacer informando más y mejor. "Hacerlo bien, extraordinariamente bien", concluye el veterano periodista. "Y cumplir con los más exigentes criterios profesionales de rigor, veracidad, independencia de cualquier tipo de presión y respeto por la intimidad de las personas. Esta es nuestra fuerza, nuestra razón de ser".
Así, aunque para algunos no esté claro el futuro del papel, seguirá habiendo - tendrá que seguir habiendo - periodistas.
 
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3. El misterio del yogur caducado. Ante esta disyuntiva, el responsable de contenidos audiovisuales de El Periódico de Catalunya Xavi Casinos postula que el periodismo riguroso y la adaptación a las nuevas tecnologías no sólo salvarán a los periodistas de la nueva horneada, sino que pueden incluso evitarle el naufragio a algunos de los viejos periódicos.
 
Su receta es que los empresarios de diarios vean que su negocio no es ni puede ser ya vender ejemplares, sino vender información.
 
El libro de Casinos agrega a los llamados por el respeto a la experiencia de la plantilla, la independencia y la calidad profesional que postulan sus colegas, el valor de la innovación tecnológica aliada con formas rápidas, atractivas y aliadas con el mundo multimedia y de redes sociales donde ya se encuentran los más jóvenes.
 
El título de su libro parece el de un cuento de Sherlock Holmes. Se refiere a que los diarios parecen hoy yogures a los que les llegó la fecha de caducidad y que se venden en los supermercados al lado de otras estanterías donde se ofrecen otros yogures frescos y gratuitos, que son, por supuesto, los contenidos de Internet.
 
Casinos aporta al debate la experiencia de medios norteamericanos y europeos que se lanzaron a cobrar por contenidos distintos, nuevos, actualizados, tecnológicamente avanzados. ¿Alguno recuperó la salud financiera de antes de 2007? Ninguno. Pero están en el camino de la reinvención. El camino es largo y si no hay reinvención, el destino es la extinción de la que advertía Bassets.

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 ¿Cuál es la dimensión real de la crisis de los medios, del periodismo y de los periodistas? ¿Hay un exceso de pesimismo en las visiones elaboradas desde las empresas que han llevado peor la crisis? ¿Qué será de los diarios en las siguientes décadas? ¿Qué formas y modelos de negocio acompañarán al periodismo de profundidad y calidad? ¿Quién y cómo se adaptarán mejor a los rápidos cambios de la era digital? ¿Podrán ganarse la vida los excelentes periodistas que se inician en la carrera? ¿Qué modelo de negocio hará viables los medios del futuro? ¿Qué ciudadanía, qué democracia se formará con las nuevas formas de comunicarse?
Cada uno a su manera, estos libros aportan datos, argumentos y propuestas para contestar todas estas preguntas. En las variaciones en las respuestas se nota que por fin esta profesión ha tomado con seriedad tanto su papel en la crisis como su responsabilidad en hallar respuestas.
 
Corren tiempos duros para la lírica. Vienen tiempos apasionantes para el periodismo.
 
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11 de julio de 2013
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