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gastronomía

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Culinaria

El canónigo penitenciario Anselmo Allepuz Monviedro asestó el bofetón más enorme que jamás se haya dado en la provincia, quizá porque impresionar favorablemente a los demás es el empeño fundamental de nuestras vidas. Hablo del rutilante oidor, montaraz canónigo penitenciario, al que en ese día, 26 de julio de 1992, le quedaban justo tres años de vida. Andaba yo entonces preocupado por el descenso en la calidad de nuestras Croquetas Bajo Imperio, las que nos dieran merecida fama, crujientes, en su punto de sal y aceite, elaboradas con carne sabrosa y restauradora, y que ahora, quizá por un cambio en el proveedor, estaban dejando de gustar a nuestra parroquia. Fui al encuentro de Anselmo, que atendía en Villa Lorenza, yo buscaba consejo y nadie como él disponía de un catálogo fiable de carniceros de primera clase. Dijo que el médico y escritor valenciano Jaume Roig (comienzos del XV –1478), en su novela Spill (1460, también llamada Llibre de les Dones), incluye un pasaje en el que unas cocineras parisinas elaboran pasteles con ingredientes humanos: “En hun pastis, / capolat, trit, / d’om cap de dit / hi fon trobat. / Ffon molt torbat / qui·l conegue; / reguonegue / que y trobaria: / mes hi havia / un cap d’orella. / Carn de vedella / creyem menjassem / ans que y trobassem / l’ungla y el dit / tros mig partit. / Tots lo miram / he arbitram / carn d’om çert era. / La pastiçera, / ab dos aydans / – ffilles ja grans –, / era fornera /  he tavernera. / Dels que y venien, / alli bevien, / alguns mataven, / carn capolaven, / ffeyen pastells, / he dels budells / ffeyen salsiçes / o llonguaniçes / del mon pus fines.” [En un pastel, / troceado, triturado, / un extremo de dedo humano / fue hallado. / Quedó turbado / quien lo encontró; / sospechó / que otras cosas encontraría: / también había / un trozo de oreja. / Carne de ternera / creíamos comer/ aunque descubriéramos / la uña y su dedo / medio partidos. / Lo miramos / convenimos / que ciertamente carne humana era. / La pastelera, / con dos ayudantes / -mozas crecidas-, / era panadera / y tabernera. / De los que venían, / y allí bebían, / algunos mataban, / sus carnes troceaban, / hacían pasteles, / y de los intestinos / preparaban salchichas/ o longanizas / de este mundo las más finas.]

 

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14 de mayo de 2019
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Órdenes

Cuentan que el tirano medo Astiages castigó a su pariente Hárpago ordenando que en un banquete le sirvieran trozos de su hijo asados. Mi padre, el ginecólogo dentista Ferrer Auger, ordenó que en un almuerzo en el Gran Hotel de Jaca me sirvieran una suela de cuero vacuno empanada, con gran apuro, todo hay que decirlo, del probo maître, que fallecería al poco tiempo quizá de tanto repetir que él nunca se hubiera atrevido a gastar una broma a un cliente... pero lo había ordenado un médico. 

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21 de enero de 2018
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Necrologías 3

 

Murió Albino. Gigante, indeciso, gafas oscuras perpetuas, se le vio durante años pasear, detenerse agotado, apoyarse en las puertas como si fuera a entrar en las casas, vivaquear por ese lugar difuso que es la plaza España, Las Arenas y la avenida Gran Vía ya saliendo hacia el aeropuerto. Muchos debieron de hablar con él porque quedan testimonios de su pensamiento recogidos en la prensa y en varios libros de carácter ligero y misceláneo. ¿Vivía en...? Puede que en la calle Tarragona, en esa tupida red viaria que la flanquea en sentido descendente, en esas casuchas adosadas a los corrales del antiguo matadero, quizá no en una casa sino en un corral, en el corral que albergara a la ternera Celia, la que produjo las mejores carnes de 1956, las que permitieron que el chef Bartrés ganara el premio al mejor fricandó. Pero ahora ¿aún existen esas cuadras? Puede, pero nadie lo sabe con certeza. Quizá, en la base del más elevado de los rascacielos, dejaron un espacio, una burbuja hormigonada, para mantener en pie un minúsculo habitáculo de ladrillo ¿y adobe?: el cubil de Albino. “¡Qué rancho, devoraba ratas!” sentenciaba un malévolo, también los guardias, acicalados, le acusaban de ladrón: restos no sólo cárnicos, también algún pescado y la extraña fruta con sabor a heces. Hubo dos viajes, sarnosos, una turbamulta de pordioseros, enfermeros, clérigos, hermanas de la caridad. Primero a la Meca blanca, en Roma, en busca de la bendición. Segundo al África negra, a socorrer refugiados. Albino destacaba. Su porte. Su palidez. Su fuerte hedor. Peregrinos entre la guardia pretoriana vaticana. Sanitarios entre ventrudas criaturas y madres multíparas. El periodista juvenil y perplejo define a Albino como protoinventor. Cuenta en su columna del diario gratuito que “les regalaron bolígrafos bicolores y Albino supuso que con el rojo escribiría en español y con el azul en italiano (...) se trata de un genio en ciernes, esa maldición bíblica y real de las lenguas queda solventada con un ligero artilugio que nuestro hombre quiere desarrollar a partir de un souvenir de atrio de iglesia”. África no propició un invento de menor importancia. Albino anticipó a Lovelock y Sartori y comprendió que la solución no estaba en curar negritos sino en evitar que nacieran tantos. Enseñó a la corresponsal del Post una cacerola oxidada de la que colgaban cables al tiempo que le advertía que el dolor en esos países era insoportable y que con esta máquina, con el Detector-Medidor de Sufrimiento, iba a convencer de una vez por todas a las autoridades mundiales para que iniciaran una campaña seria y definitiva de control de la natalidad. “El problema hay que cortarlo de raíz”, repetía, “nada de parches, Albino no quiere ver más mujeres y niños sufriendo”. El fotógrafo Pablo J. Pérez obtuvo, estas Navidades, su última instantánea y sus últimas palabras. Acurrucado en el portal de la Casa de la Papallona, Albino se disponía a afrontar su última noche de vida, abrazado a una bolsa de plástico. “¿Qué llevas ahí?”, le preguntó J. Pérez, a lo que Albino respondió: “llevo un alijo de polvorones”. 

 

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16 de enero de 2017
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Derivados humanos en la dieta de aves pirenaicas

Uno de los capítulos menos conocidos de la necrofagia a cargo de aves es el que atiende al consumo del cuerpo y de los residuos de la especie humana. La desconfianza del paisanaje y la discreción de las personas de nivel han hurtado a la ciencia, desde siempre, valiosas informaciones. Se relacionan a continuación algunos casos de esta variante trófica.

Barranco de Culivillas, Huesca, 1968. Dos prospecciones en busca de una planta, el raro caméfito rastrero Diphasiastrum alpinum, aportan curiosos datos no botánicos. En la primera prospección, estival, se atestigua, tras dos días de acampada, que la coprofagia del alimoche –Neophron percnopterus– incluye también excretas humanas. En la segunda, a finales de otoño, se puede observar como tres buitres leonados –Gyps fulvus– comen nieve ensangrentada, único elemento aprovechable de un montañero despeñado y pronto evacuado.

Barcelona, 1999. Residencia de ancianos. Visita a  J.A.D., de 88 años, natural del prepirineo leridano que cuenta que a su padre, fallecido en 1975, médico en un hospital del norte de la provincia, le dominaban dos pasiones, la anatomía y la ornitología de campo, lo que le llevaba a recoger las piezas amputadas para diseccionarlas y dibujarlas y luego echarlas en su finca donde las aves daban cuenta de ellas.

Ascara, Huesca, 1981. Charla con un vaquero de 70 años. Explica que a mediados de los cincuenta un grupo de gitanos se acercó al pueblo para preguntar si se había enterrado algún animal y que él mismo fue quien les enseñó el lugar donde haría un par de semanas habían sepultado una cerda. De golpe, mientras describía los detalles de la inhumación, señaló un sembrado y dijo: “Ahí sucedió una desgracia, Mariano, de casa  Tapón, tuvo que ir de vientre y estando agachado perdió el equilibrio y tuvo la mala suerte de hincarse la dalla  por el sieso, no sé si antes o después de deponer, esto no viene ahora al caso, y quedó desangrado bajando de seguida los ‘bueitres’ que le comieron las partes del cuerpo que estaban al aire”.  

Pardina de Saso Plano, Huesca, 2004. Según la prensa regional el único habitante de la pardina fue devorado por alimañas, igual que su perro. A la sazón sufriría un infarto cuando preparaba una lifara para agasajar a unos parientes que iban a visitarle. Una reconstrucción no especulativa de los hechos apunta a un derrumbe de Pedro Siguanes al trasegar pesados materiales bajo un sol de justicia, a un descenso de buitres leonados al cabo de unos días cuando el cadáver humano ya había sido ramoneado por córvidos, zorros y pequeños necrófagos, y a una ingestión paralela, a cargo de los mismos carroñeros, de los restos del perro, muerto ahorcado en su esfuerzo por liberarse de la cuerda con la que Siguanes lo tenía atado a un árbol. No debe extrañar que los parientes invitados no comparecieran si comprobamos, también en la prensa escrita, que esos días, en un accidente en la comarcal A 224 sucumbía el conductor de un turismo y quedaban heridos los otros tres ocupantes: el coche se empotró contra una arqueta de riego al quedar la dirección bloqueada por la extracción en marcha de la llave de contacto. Las personas que descubrieron los esqueletos de Siguanes y su perro, senderistas de elevado prestigio, declararon ante la Guardia Civil no haber hallado jamones ni embutidos en la bodega, por lo que se supone que fueron apañados por mamíferos carnívoros aprovechando que la puerta estaba abierta.

 

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6 de noviembre de 2016
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Tercera

  

 

Juanita Laderas fue mi mujer durante aquella etapa. Una mujer excepcional, cariñosa, enamorada y que con Mauricette Fécamp, una francesa del Rosellón que amé en el hotel Las Palmeras de Lloret de Mar, son las dos únicas mujeres comestibles que he conocido en mi vida: carnes almizcladas, fluidos almibarados, no hubieran necesitado nunca pasar por el jabón y la esponja, qué fenómeno natural tan extraordinario; a veces, en días de particular melancolía, me martirizo pensando en sus cuerpos sumidos ya en el azote del tiempo o quién sabe si en el sombrío festín de los gusanos.

Níquel

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Ha sido hoy en Francia. Cuarenta y cinco años más tarde. Lo que parecía imposible ha sucedido. Otra mujer, la última dada mi edad y la rareza de la especie, se añade a la magra pero suculenta lista. Imaginen a Anna Netrebko en Casta Diva. Imagínenla abriendo la boca como sólo ella sabe. Pero imagínenla sin lamé de oro. Imagínenla sin pasado doméstico. Así se aproximarán a ella. Aunque yo sé con certeza que nunca la alcanzarán.     

 16/12/10 

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14 de agosto de 2016
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Trúlara / trúlera

A vueltas con las cuestiones lingüísticas recordar aquella mañana de primavera, en un parque de la zona alta de Barcelona, en que mi mano derecha se entretuvo en las nalgas de la mujer madura que me acompañaba mientras observábamos cómo unos ejemplares de avión común –Delichon urbica- se posaban en los cables, sin duda agotados por su reciente viaje migratorio. Una mujer tumbada boca abajo, resaltando las curvas posteriores, que de modo pretendidamente natural dijo “¿te gusta mi trúlara?”, glorioso sustantivo de resonancias africanas que quizá hubiera que escribir “trúlera” dada esa costumbre catalana de abrir la “e” átona hasta alcanzar una “a” oscura y gutural. Una atrevida finta sexual la mía, un hito en nuestra relación,  que ella describiría después como “hoy se ha producido un cambio” y que daría paso a una sucesión de visitas a mi domicilio pertrechada cada vez con cien gramos de jamón de york (allí llamado “jamón dulce”) de la charcutería Tívoli, un fiambre que, la verdad, me entusiasmaba.  

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18 de julio de 2016
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Proximidad de la alcaldesa o Sustancia Infirmaria

 

No es posible por ahora definir el ángulo ideal para besar bien a la alcaldesa pero a una distancia de veinte centímetros y con una diferencia de altura de unos quince opté por aproximarme a su gaznate como un submarino a varios portaaviones y acorazados; la alcaldesa es pues muy alta y dispone de senos de plexiglás, vientre de matalahúva y nalgas de popelín engomado. Fue una jornada de escarceos dialécticos, vermú casero con olivas negras aragonesas y fritadilla abrasiva calentita, en la que llegado el proemio del ágape, mientras servían la Escudilla de Ángel y se anunciaba desde los fogones la inminencia de la Pepitoria, convencí a la edil de arrancar el baile pasando a mayores en la cuadra de los gamos y después en la bodega del solomo. Francisco “Frankie” de Sert, conde de Sert, firmaba ejemplares de El goloso (Alianza Editorial) cuando nos reincorporábamos al banquete y sería por celos o afán de pasar a la posteridad pero me puse a emborronar con estas reflexiones una servilleta de papel de esas de propaganda de la cerveza Mahou Cinco Estrellas.   

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8 de julio de 2016
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